El poder de la palabra

Después de varios artículos publicados en LikedIn (que iré subiendo a este sitio poco a poco), y animado por familiares y amigos que bien me quieren, me decido a tener mi propio espacio en la red. Entre proyecto y proyecto y con mis limitados conocimientos de informática, he intentado configurar este espacio para mi, para mis reflexiones, pero también abierto a quienes quieran participar de una u otra forma en él.

Como nada es casual, para empezar les diré que la foto que preside este espacio está tomada desde donde crecí, con vistas a la fábrica de Arnao, a la playa de Salinas, a la entrada de la ría de Avilés y los faros de Avilés y Peñas.

En aquella época mis abuelos tenían familia en EEUU, con quienes el único contacto factible era postal. Cuando el cartero llegaba con un sobre con bordes azules y rojos mis abuelos sabían que llegaba una «carta del norte» con noticias de aquellos familiares «americanos«, tan lejanos en el espacio como cercanos a través del intercambio epistolar.

Según las estadísticas nuestro idioma es el segundo a nivel mundial en términos de hablantes nativos (sólo por detrás del chino mandarín) y el cuarto en número de hablantes. Es una lástima no sólo que no lo cuidemos, sino que no lo usemos más, que no hagamos de este poderoso instrumento un arma de comunicación masiva; así que intentaré servirme de nuestra lengua para compartir algunas historias con ustedes.

Poco a poco iremos escribiendo, reflexionando, hablando de temas profesionales o sociales, que espero que les gusten, aunque no siempre estén de acuerdo con mis planteamientos.

Les invito a participar dejando sus comentarios en los espacios reservados para tal fin.

Seguro que hay cosas mejorables y otras que no funcionan correctamente: soy el responsable e intentaré corregirlas tan pronto como me sea posible, por lo que les ruego paciencia.

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CARPETAZO A MAYO, MES DE…

Photo by Gabriella Clare Marino on UNSPLASH

Comentaba este fin de semana con un amigo que se acaba mayo, el otrora mes de las flores, el mes por excelencia de la primavera, de la Virgen María, de las madres… y reflexionábamos sobre qué queda en esta sociedad de todo eso que vivimos cuando éramos más jóvenes. El vertiginoso ritmo de nuestra vida y los abruptos cambios experimentados por nuestra sociedad hacen que en apenas una generación hayamos ido olvidando todas esas costumbres, viviéndolas de una manera superficial o cambiándolas por otras actividades más modernas.

Cumpliendo con el rico refranero español, ya sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, y así nuestras jóvenes generaciones han dejado de llevarle flores a María y rezarle durante el mes de mayo como hacíamos de niños, quizás aparcándolo como una asignatura pendiente para el futuro, cuando lleguen los momentos de recurrir a la ayuda Divina ante una extrema necesidad. Nuestra sociedad ha considerado que dentro de su proceso de “modernización” o evolución no hay espacio para la religión en los centros educativos y eso es lógico, sobre todo cuando la mayor parte de las familias no practica la religión activamente y también deja la Fe y las flores a María para cuando lleguen los nubarrones y/o en sus vidas se ponga a tronar.

Tampoco tenemos tiempo para contemplar y disfrutar del mejor periodo del año, con temperaturas agradables y los días de la primavera estirándose, amaneciendo cada vez más pronto y con atardeceres sin prisa por terminar. Tenemos tantas ganas de que llegue el verano para disfrutar de unos merecidos días de vacaciones que nos perdemos el viaje por el espectacular periodo primaveral que le precede.

Pero, volviendo a la conversación con mi amigo, nos sorprendíamos de la proliferación de actividades que han tenido en muchos colegios y centros educativos en el mes de mayo, manteniendo la línea trazada para todo el curso por las últimas leyes educativas que buscan aliviar el trabajo, la concentración y la exigencia de los alumnos insertando periodos de asueto y jornadas no lectivas. Si bien en las últimas décadas se han ido abandonando las fiestas religiosas, hoy nos encontramos con que desde el inicio de curso hemos tenido ocasión para -entre otras cosas- celebrar Halloween, para el magosto (o sus variantes en algunas comunidades autónomas del norte), para el “amigo invisible”, festival de Navidad, carnaval, jornadas de cine, jornadas del deporte, diversas excursiones y visitas locales, campamentos y viajes de estudios, etc. Después de este somero recuento, los contertulios echábamos en falta un par de fechas que han sido desterradas en muchos colegios como son los días dedicados a celebrar y recordar al padre y a la madre, unas fechas que, aunque quizás podamos considerar que se han desnaturalizado por el consumismo de la propia sociedad y la intervención de los grandes almacenes, han pasado al olvido en muchos centros educativos. Desconozco si la razón por la que nuestros hijos tienen tiempo para celebrar Halloween (o cualquier otra fiesta) pero no para tener presente a su padre o a su madre es una instrucción de la Consejería de turno o voluntad propia de cada centro educativo, pero la explicación oficial que en su momento se me trasladó fue que actualmente vivíamos en una sociedad en la que muchas familias (quizá ya la mayoría) están “desestructuradas”, y celebrar un día del padre o de la madre cuando hay niños que están en el centro de la discordia, o que tienen que comprender que padres se han separado y rehecho sus vidas con nuevas parejas, es un motivo de tristeza y disgusto más que de fiesta. Si aceptamos como válido ese argumento, deberíamos plantearnos qué sociedad y qué familias estamos “estructurando” para que un día de celebración repercuta negativamente en nuestros hijos.

Como llega el verano y muchos estarán buscando alojamiento para unas merecidas vacaciones, llama la atención comprobar que haya más establecimientos que muestren orgullosos el cartel de “hotel sin niños” o el de “se admiten mascotas” que el de “hotel ideal para familias” y esto puede ser una pista de por dónde van los tiros en nuestra sociedad.

En una época en la que los médicos alertan seriamente de un incremento en los trastornos psicológicos que afectan a personas de todas las edades -pero cada vez con una mayor incidencia entre la juventud-, o en la que las noticias nos inundan diariamente con episodios no ya de fracasos escolares, sino de violencia, acoso, o de suicidio en edades cada vez más tempranas… convendría reflexionar si hemos acertado cambiando las flores a María, la oración de nuestra juventud y la celebración del día del padre o de la madre por este moderno sistema educativo que incluye -seguramente con la mejor de las intenciones- la asignatura de “Educación en valores cívicos y éticos”, o un calendario en el que se insertan fiestas que poco tienen que ver con nuestra tradición y jornadas varias que adornan el curso académico. También deberíamos pararnos a pensar si -tal vez- el rumbo que llevamos tanto a nivel social como educativo es el más adecuado para el crecimiento y la maduración de nuestros hijos.

En mi infancia éramos pocos los que vivíamos en “familias desestructuradas”, pero (hablo por mí) no nos sentíamos inferiores o discriminados con respecto al resto porque había que tirar con la situación que nos había tocado en suerte: en el colegio éramos un niño más para el resto de amigos y en casa teníamos un ambiente y una familia que suplía las carencias de la ausencia no deseada. Desde luego, no recuerdo que el día del padre o el día de la madre, cuando cada año poníamos nuestra mayor ilusión y mejor hacer en algún trabajo manual en el cole con el que obsequiar a los nuestros, supusiera un trauma o un momento de tristeza para mí o para alguno de mis compañeros.

Los tiempos cambian, y en las escuelas hemos pasado de aprender el “Honrarás a tu padre y a tu madre” a no poder celebrarlo por respeto a las nuevas estructuras familiares. Si consideramos la familia como la célula o pilar fundamental de la sociedad, tal vez deberíamos reflexionar si no estamos debilitando en exceso nuestros fundamentos.

Para ayudarles en la meditación, les invito a disfrutar de un vídeo de la una versión de la conocida canción de Los Secretos Volver a ser un niño, adaptada a villancico y grabada en un colegio con la maravillosa colaboración de un coro de niños:

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VINI Y EL TRAJE DEL EMPERADOR

Photo by Vienna Reyes on UNSPLASH

En las últimas horas, un joven brasileño ha dejado en evidencia a la sociedad de nuestro país. Cansado de soportar no sólo faltas y agresiones dentro del terreno de juego, sino también insultos y vejaciones por parte de muchos aficionados, ha dicho basta y este pasado domingo él mismo tuvo los arrestos y la valentía de parar un partido y denunciar a una parte del público que lo estaba llamando “mono”. En sus redes sociales, y una vez terminado el partido, Vinicius Junior publicaba textualmente: “No era la primera vez, ni la segunda, ni la tercera. El racismo es normal en La Liga. La competición cree que es normal, la Federación también y los adversarios la alientan. Lo siento. El campeonato que alguna vez fue de Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi hoy es de los racistas. Una hermosa nación, que me acogió y a la que amo, pero que accedió a exportar al mundo la imagen de un país racista. Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España es conocida como un país de racistas. Y, desafortunadamente, para todo lo que sucede cada semana, no tengo defensa. Estoy de acuerdo. Pero soy fuerte y llegará hasta el final contra los racistas. Aunque sea lejos de aquí.”

Ante los hechos acaecidos en el partido del domingo y denunciados por el jugador, su entrenador -Carlo Ancelotti- declaró que “La Liga tiene un problema con el racismo”:

La denuncia en redes de Vinicius Jr. hizo que, mientras algunos periodistas españoles en los programas nocturnos con más audiencia debatían sobre si Vinicius es un provocador y por ese motivo le insultan (señalando el dedo y no la luna, como estos gurús de opinión vienen haciendo desde hace años), la prensa internacional se hacía eco de un supuesto problema de odio racial en España, rápidamente el mundo del fútbol internacional a través de esas mismas redes se solidarizaba con el jugador, la Confederación Brasileña de Fútbol se movilizaba en defensa de su estrella… y hasta el mismo presidente de Brasil, Lula da Silva, salía a denunciar públicamente la situación y el acoso al que el jugador estaba siendo sometido. A partir de ahí llegó la intervención del presidente de FIFA, dejando en evidencia a los dirigentes del fútbol español, a los que no les ha quedado más remedio que ir a remolque condenando lo sucedido.

Aun suscribiendo las palabras de Ancelotti en las que decía que La Liga tiene un problema, yo creo que con la denuncia de Vinicius Junior por racismo solo estamos ante la punta de un gigante iceberg; Vinicius es el niño que ha dicho al mundo que el emperador va desnudo: el racismo es un tumorcito, pero más grave que el racismo es aún la sociedad metastásica que hemos conseguido y -sobre todo- consentido tener, trufada de tumores en forma de terrorismo, el propio racismo, la violencia (no sólo “de género”)… una sociedad de pensamientos dirigidos,  comportamientos interesados y cada vez más carente de valores.

Recordemos para empezar (haciendo uso de la “memoria histórica”) que vivimos en un país en la que una parte de la sociedad justificaba, callaba o miraba para otro lado en los años del terrorismo porque las víctimas asesinadas “algo habrían hecho” y ahora defiende incluso la reinserción de terroristas no arrepentidos, un país en el que se sigue permitiendo que españoles no puedan estudiar o trabajar en su lengua materna en una parte significativa de su territorio… o un país que en pleno Siglo XXI -ahora que estamos en campaña electoral- no es capaz de asegurar la libertad y la integridad física de algunos candidatos para dar un mitin en algunos pueblos.

Vivimos en una sociedad que, mientras enarbola la bandera del feminismo y la igualdad, sigue tapando acosos en algunas empresas de la manera más discreta posible, o asumiendo sottovoce vejaciones a las mujeres en determinados estratos sociales porque “bueno, hombre… son sus costumbres y sacarlo a la luz puede estigmatizar a todo un colectivo”.

Podríamos seguir por las empresas, orgullosas de sus protocolos anti acoso, o anti corrupción: manifiestos que están muy bien como declaración de intenciones, pero que, si no hay una apuesta decidida por su aplicación, por la detección y el castigo de estas prácticas caiga quien caiga, tienen el mismo efecto que los serios mensajes que suenan en las megafonías de los campos de fútbol previos a los partidos defendiendo el juego limpio y condenando enérgicamente la violencia.

Como dice Carlo Ancelotti: tenemos un problema, esa es la cuestión. En esta sociedad rara es la semana en la que no hay episodios de violencia física, una agresión sexual o un suicidio, y todas las medidas que se toman son tan estériles como las declaraciones de intenciones antes comentadas: minutos de silencio, compungidos manifiestos, paños calientes, tibieza, desvío de la atención. En el caso de racismo que nos ocupa, sólo con Vinicius Junior la Comisión Antiviolencia ha abierto esta misma temporada nueve expedientes en otros tantos campos de fútbol y no sólo no ha pasado nada, sino que han sido muchas las voces que impúdicamente han acusado al propio jugador de provocar.

La educación tampoco se libra de la hipocresía, y así llevamos años de leyes educativas que, so pretexto de una mayor ayuda y atención a los menos brillantes, han conseguido penalizar a los más trabajadores y obstaculizar el potencial de todos en general:

En esta sociedad, y dependiendo de quien se trate, siempre se encuentra un argumento que exonera al acusado, la culpa normalmente es de otros y nos esforzamos por encontrar razones (aunque sean irrazonables) para rebatir la cruda realidad. Hemos normalizado que si nuestros hijos no estudian o se portan mal la culpa siempre es del profesor o del colegio, y así los “sorprendidos” padres pedimos una cita para asegurarle al sufrido profesor que el cero en el examen no puede estar bien porque el muchacho trabaja mucho, o justificar que ese problema de comportamiento que tiene cuando falta al respeto a su profesor o acosa a sus compañeros hay que entenderlo porque sus padres están separados, tiene algún diagnóstico psicológico, es un incomprendido o es que en el cole no se le presta la debida atención por parte de los profesores o de los pedagogos. Presumimos de ser objetores de conciencia, de una vida de paz y amor, de que no queremos que nuestros hijos jueguen con armas y raro es el niño que no juega al “FORTNITE” o con otros videojuegos bastante violentos de forma online con conocidos y con desconocidos, normalmente sin control alguno por parte de sus padres…. Pero, en mi opinión, lo peor es darle a nuestros herederos el acceso -cada vez a una edad más temprana- a un smartphone o un dispositivo móvil con el que no sólo podrán hacer grupos y comunicarse libremente con sus compañeros y amigos, sino también acceder libremente a internet y redes sociales; ese -a priori- inocente dispositivo es una herramienta eficaz para tener a nuestros hijos conectados, pero también es -a la vez- el elemento más eficiente para estigmatizar a un niño en su entorno, para quitarle la inocencia sin anestesia o para darle acceso al perverso mundo de las redes con todo su amplio abanico de contenidos… y como todos sabemos, casi siempre los contenidos más atractivos son los más peligrosos.

Volviendo al fútbol profesional, y ciñéndonos sólo al ámbito nacional, en los últimos años hemos asistido a imputaciones e investigaciones por diversos delitos que afectan a la RFEF y sus dirigentes, al colectivo arbitral, dirigentes de clubes, futbolistas… todo apesta, aunque –eso sí- presumen de juego limpio y no toleran el racismo y la xenofobia.

Pero el problema no sólo está en el fútbol profesional. Ya en categorías infantiles hay un exceso de tensión y violencia que suelen desembocar cada temporada en algún altercado o incluso agresión a los árbitros. Así como las federaciones nacionales e internacionales a veces toman decisiones inexplicables organizando determinados campeonatos o saturando el calendario de competiciones, las federaciones regionales están muy preocupadas por cobrar las fichas, por los cursos de formación, por el juego limpio, la inclusión racial y el fútbol femenino… más paños calientes para evitar ver la realidad: en algunos campos de categorías infantiles se siguen produciendo situaciones que nada tienen que ver con un espíritu deportivo, se oyen insultos, amenazas y vejaciones a niños, árbitros o a otros padres por parte de los energúmenos de turno sin que pase nada hasta… que la sangre llega al río y el altercado llega a la prensa.

Lo que ocurre en el fútbol es un reflejo de lo que pasa en la sociedad: vemos lo que queremos ver, lo que los responsables de las retransmisiones quieren que veamos o lo que los periodistas de turno se empeñen en transmitirnos… mientras pasan otras cosas que asumimos porque sí, porque se nos blanquean o se nos ocultan: hemos llegado incluso a admitir como “libertad de expresión” que se silbe al rey de España y al himno nacional por parte de las aficiones de determinados clubes en el partido de la final de Copa de S.M. el Rey (la “fiesta” del fútbol español, según la RFEF). ¿Ese es el deporte que queremos para nuestra sociedad y para nuestros hijos?

Como dice Carlo Ancelotti, tenemos un problema… España no es un país racista, pero hay racistas y hay delincuentes. Al igual que nuestro fútbol, nuestra sociedad necesita una catarsis, la original kátharsis con la que los griegos denominaban al efecto de purga o purificación que producían las tragedias en los espectadores al suscitar en ellos emociones como el horror o la compasión.

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TU VIDA Y TU MOCHILA

Mientras repasaba hace unos días la canción de Tú Volverás y me paraba en la exhortación de Sergio y Estíbaliz “toma tu vida y tu mochila” no pude evitar acordarme de Ryan Bingham: quizá muchos de ustedes no sepan quién es, pero sus vídeos llevan más de una década sirviendo como herramienta para reflexión y -en muchas ocasiones- guía en las tan afamadas sesiones de motivación, coaching, mentoring, etc.

Efectivamente, Ryan Bingham no es un hombre real, sino el protagonista (interpretado por George Clooney) de una película estrenada en 2009 titulada “Up in the Air”. Para contextualizar, recordemos que esa película llegó a los cines en plena resaca de la crisis económica de 2007-08 y nos enseña los distintos enfoques de una situación similar a la que se estaba viviendo, tanto  desde un punto de vista empresarial como desde una óptica más personal: Bingham trabaja para una potente empresa de recursos humanos especializada en la gestión del despido masivo de empleados de otras empresas en dificultades, por eso tanto él como su empresa se encuentran es su mejor momento cuando -según las palabras de su jefe describiendo la situación- los minoristas bajan un 20%, la industria automotriz se hunde,  el mercado inmobiliario no da señales de vida y muchas empresas se ven obligadas al cierre; Bingham es el mejor en su trabajo, haciendo el “trabajo sucio” que quienes lo contratan no tienen el valor de hacer, como dice en su propia presentación:

Pero, quizás precisamente para poder ser el mejor en su trabajo, es un tipo peculiar que huye de ataduras afectivas, sentimentales y hasta materiales… es feliz viajando por trabajo 322 días al año y su objetivo se limita a ser un buen profesional, el mejor profesional en su faceta, y coleccionar “millas” (puntos de fidelidad de las aerolíneas). Su éxito profesional es de tal magnitud que lo convierte también en un aclamado conferenciante cuyo discurso motivacional se basa en la teoría de la mochila y ponderar las ventajas de ser libre y sin ataduras, como habrán podido comprobar en el primer vídeo.

El discurso de la mochila y el lastre que ella supone en nuestro desarrollo personal y profesional lleva años calando entre nosotros, en nuestras empresas y en nuestra sociedad, y -quizá- deberíamos reflexionar sobre si es la mejor opción, si esa estrategia de desafectos y vuelo libre de cualquier tipo de ataduras nos convierte en personas más felices, mejores profesionales o -tan sólo- individuos más libres con un rumbo incierto.

Estoy de acuerdo en que cada uno de nosotros llevamos en nuestra mochila cosas absolutamente prescindibles, materiales o afectivas, que nos lastran o incluso que nos frenan en determinadas ocasiones, pero también creo que una mochila en nuestra vida es más que necesaria o imprescindible en algunos casos. Seguro que muchos de nosotros conocemos a personas con insuficiencia respiratoria que necesitan una mochila con su dispositivo de oxígeno para poder respirar y tener cierta autonomía y libertad, o peregrinos y senderistas que bien conocen la necesidad de una mochila para llevar el agua, los alimentos y la ropa imprescindibles para hacer su camino… o -poniéndonos en el caso extremo- prueben a quitarle su mochila y equipo a los paracaidistas y decirles que salten al vacío de esa manera tan liviana.

Discursos como el de Ryan Bingham tienen su parte de razón en cuanto a que debemos convencernos de que no podemos vivir con lastres innecesarios, pero el problema llega cuando ese discurso se lleva al extremo para mentalizar a la gente de que para realizarse personalmente o promocionar profesionalmente debe cortar vínculos con lo material y con lo inmaterial. No somos cisnes ni tiburones, somos personas y como tales estamos acostumbrados a sociabilizar, y así como nuestras mochilas y lo que cargamos en ellas condicionan nuestra posición en la vida y en el trabajo, todas las decisiones que tomemos -personales y profesionales- pueden repercutir en mayor o menor medida en quienes nos acompañan en este viaje por la vida y que, como dice la charla de la película, van en nuestra mochila.

Muchos de los que hacen caso a este tipo de discursos y toman decisiones encaminadas a soltar el peso de su mochila no tardan en descubrir que esa felicidad efímera que les llega con la supuesta libertad inicial suele dar paso con el tiempo a la zozobra y a la añoranza de sus vidas grises y su “bendita monotonía” pasada. A veces pienso que todo esto es como una droga, un nuevo modelo de sociedad tan perversa que a la misma vez que nos propone vidas libres y realización profesional nos desata de nuestras raíces, nuestra familia y nuestro propio espíritu crítico para debilitarnos, deshumanizarnos y atarnos -de nuevo y más firmemente- al servicio de necesidades mundanas o intereses de vaya usted a saber quién.     

Por supuesto que está bien revisar nuestra mochila y eliminar todos los elementos tóxicos y superfluos, pero es imprescindible tener buen criterio para no desprenderse ni afectar con los cambios a aquellos que dan estabilidad a nuestras vidas.  

Si no han visto la película Up in the Air, o si quieren volver a reflexionar sobre este tema, les recomiendo que la vean, se pongan en la piel de los distintos personajes… y piensen en ello.

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