UNA CUESTIÓN DE ACTITUD

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Un amigo anda estos días un poco dubitativo porque su superior le recriminó que su actitud “no era la adecuada”. Mientras tomábamos un aperitivo me confesó que vive con incertidumbre el día a día de su empresa, sumida en mil y un problemas provocados por la situación global, por la volatilidad del mercado… pero también por decisiones erráticas tomadas y consentidas por la cohorte del “management” de su casa que –casualmente- siempre encuentra algún abogado defensor que con argumentos peregrinos justifica actitudes mediocres, poco éticas o tal vez dolosas.

Según mi amigo, la acción tuvo lugar en el transcurso de una reunión en la que se estaba trabajando una determinada estrategia a seguir para con un proyecto, cuando algunos de sus compañeros empezaron a proponer ideas con un grado de certidumbre discutible tirando a escaso, construyendo así un relato semejante a un castillo de naipes que iba creciendo piso a piso y adquiriendo dimensiones notables. Cuando el hartazgo ya fue suficiente para mi colega éste no pudo contener un simple “eso no va a salir”, que desencadenó un silencio de fastidio, algún que otro resoplido, las miradas de sus compañeros y un severo “esa no es la actitud adecuada” de uno de sus superiores. Sólo con fijarnos un poquito podremos comprobar cómo esta circunstancia es cada vez más habitual en la sociedad y empresas actuales: una persona pronuncia una sentencia que por paradójica que parezca es acogida como axioma incontrovertible por el auditorio (incluso con admiración desmedida por parte de algunos aduladores profesionales), sobre ella se construye un argumento y cuando alguien osa preguntar o poner en duda ese planteamiento es este último quien adquiere el deber de demostrar la validez de su premisa.

Aunque ya sabemos que todo está en los libros, debemos reconocer que no está de moda nuestra literatura clásica –lamentablemente- y mucho menos la medieval, así que cada vez es más probable que las nuevas generaciones no hayan tenido la oportunidad de acercarse a obras como El Conde Lucanor, del Infante Don Juan Manuel, y empaparse de los cuentos moralizantes o ejemplarizantes. Por si es de su interés, es este enlace tienen acceso a una versión cortesía de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

El Conde Lucanor / Don Juan Manuel; edición y versión actualizada de Juan Vicedo | Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (cervantesvirtual.com)

El Cuento VII (Lo que sucedió a una mujer que se llamaba doña Truhana) es una versión del conocido cuento de la Lechera, que algunos incluso atribuyen a Esopo (siglo VI a.C.), y que –por más conocido que sea- demasiada gente olvida cuando de hacer planes se trata… queriendo o sin querer.

Siguiendo con esta maravillosa obra, en mi opinión el Cuento XXXII (Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño) es el que mayor reflejo tiene en algunas empresas y en la sociedad actual en general. Seguro que les recordará inevitablemente a “El traje nuevo del emperador”, escrito por Hans Christian Andersen, publicado en 1837 y basado en el de nuestro autor medieval.

Leyendo este par de cuentos datados hace tantos siglos podemos entender muchos de los problemas que nuestras empresas y nuestra sociedad tienen hoy en día. Con demasiada frecuencia basamos nuestros planes y expectativas en ilusiones o argumentos presentados por mediocres o -lo que es peor- pícaros, y no nos damos cuenta de que lo que sobran son los cuentos de la lechera, así como sobran jefes (reyes o emperadores) avariciosos y pícaros aprovechados… porque para nuestra desgracia, y a diferencia de las historias de los cuentos moralizantes, hoy en día son otros inocentes quienes padecen (o padecemos) las consecuencias de esas actitudes.

Volveré a quedar con mi amigo y le regalaré El Conde Lucanor, animándole a seguir siendo crítico con los castillos de naipes, con los cuentos de lecheras y –sobre todo- con los pícaros y aprovechados profesionales que pululan por nuestra sociedad.

Y recuerden… todo está en los libros:

Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algún negocio, no arriesguéis algo muy vuestro, cuya pérdida os pueda ocasionar dolor, por conseguir un provecho basado tan sólo en la imaginación.

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