Por qué me voy de la empresa

Siempre me han interesado los motivos de las rupturas, intentado entender los pensamientos y reacciones de ambas partes. Podríamos considerar un paralelismo entre las relaciones laborales empresa-trabajador y las relaciones matrimoniales (si prefieren, “relaciones de pareja” en la sociedad moderna): si antaño ambas relaciones nacían y tenían vocación de permanencia ad eternum, hoy en día es absolutamente normal que las personas rompan vínculos y busquen nuevos aires para sus vidas personales o profesionales por los más dispares motivos.

Centrándonos en las relaciones laborales, creo que ya he reflexionado repetidamente sobre el tema en artículos anteriores, pero cada vez que un compañero o conocido deja su empresa el asunto se vuelve recurrente en mi pensamiento.

Para empezar debemos tener claro que en las rupturas siempre hay un motivo y una firme decisión tomada por una de las partes… por más que haya comunicados amables o acuerdos amistosos: una cosa es que la salida, la ruptura o el divorcio sea consensuado, civilizado y ordenado buscando el menor impacto posible en los implicados, en la propia empresa o anteponiendo minimizar los “daños colaterales” en terceros; pero el origen de esa ruptura es la decisión de alguien que -por el motivo que sea- consideró romper el vínculo, salir de la sociedad o prescindir de la otra parte. 

Siguiendo con el objetivo puesto en las empresas podríamos disertar ampliamente sobre el tema defendiendo distintas teorías, pero creo que estaremos de acuerdo en que el modelo de relación laboral ha cambiado, las largas trayectorias profesionales en una misma compañía están en claro peligro de extinción y en las nuevas generaciones de profesionales estas perspectivas ya prácticamente se limitan a los casos de funcionarios públicos.

¿Qué está pasando?

No podemos negar que muchas empresas han transformado sus antiguos departamentos de personal adaptándolos a las nuevas sensibilidades: si antes en estas secciones o departamentos se usaba el genérico “recursos humanos” cada vez es más frecuente encontrar terminología referida a “talento”, “personas”, etc… pero a tenor de la creciente rotación profesional me temo los esfuerzos invertidos no están retornando los resultados esperados.

Desde principios de este Siglo XXI nuestra sociedad ha cambiado de forma exponencial, mudando de la monotonía de las “vidas grises” a la urgencia del inconformismo; las nuevas tecnologías han traído nuevas posibilidades de relaciones, de conocimiento, de formación, de trabajo… y de esclavitud. Hace unos meses asistí a una conferencia del presidente de una multinacional en la que ponía de manifiesto sus dificultades para retener a los trabajadores sólo con argumentos económicos: cada vez más empleados se iban de su empresa no por dinero, sino para disponer de más tiempo libre, por vivir en otros lugares o por explorar otras aventuras en distintos sectores… en definitiva: por vivir su vida.

Si tuviera que definir con una palabra el motivo del cambio de rumbo en las vidas de la mayor parte de mis amigos y conocidos, sin duda el término sería HARTAZGO: uno se va de los sitios cuando el hartazgo de decepciones supera la motivación de seguir adelante con su proyecto, cuando llega a un empacho superlativo… y ahí cada uno tenemos nuestro límite. Hace unos años un amigo tuvo la honestidad y la valentía de argumentar a quien le preguntaba por las razones de su marcha que se iba de la empresa porque estaba cansado de trabajar para vagos y vividores; y es que el hartazgo no suele ser casual, fruto de un día o de una situación puntual, sino el resultado de una acumulación de circunstancias que acaban abriéndonos los ojos o demostrándonos que no estamos en el camino adecuado, lo cual alivia de alguna manera la responsabilidad del departamento de recursos humanos a la vez que pone el foco en el resto de la organización y en el funcionamiento del día a día. Por más que las empresas se esfuercen en presumir de valores hay ciertos ambientes tóxicos que parecen persistentes y son difíciles de extirpar: en una vivienda afectada por humedad persistente de poco vale abrir las ventanas y ventilar si el problema te llega por capilaridad desde los cimientos. Bien harían las empresas centrando sus esfuerzos en cultivar la motivación de sus trabajadores, empezando por anteponer (e imponer manu militari) la ética y la ejemplaridad de las personas elegidas para dirigir y liderar departamentos y equipos de trabajo, y continuando por un trato más humano que busque una mayor implicación de las personas a todos los niveles. Todas las personas tenemos problemas y/o necesidades de diversa índole, y seguramente no esperamos que la empresa o alguien en concreto nos solucione todas nuestras cuitas, pero sí debemos ser exigentes con quienes se cruzan en nuestra vida para que -al menos- no nos aporten más molestias o preocupaciones que las estrictamente necesarias. Pocas cosas decepcionan y minan la moral -a la vez que alimentan las preocupaciones, el cabreo y malestar de las personas- que la incongruencia en el discurso de quienes deben ser comprometidos y ejemplares a nuestro lado, circunstancia esta que contribuye a fomentar el desapego a la organización (no a la compañía) y hace plantearse cosas que nunca antes habríamos sospechado. Si bien es cierto que la decisión de partir se toma en un momento puntual, uno empieza a irse poco a poco con los pequeños detalles que no encajan y le molestan en su entorno a la vez  que empieza a ver pasar trenes que llevan a otros destinos… hasta que un día el anteriormente mencionado hartazgo es lo suficientemente potente para darle el valor necesario de coger la maleta, comprar un billete (sólo de ida) y enfocar sus pasos hacia una estación que bien pudiera ser la “Gare d’Austerlitz” para subirse a ese tren que le lleve a nuevos horizontes.

El rumbo

Dicho todo lo anterior, también las personas deberíamos ser exigentes y autocríticos con nosotros mismos y pensar cuál es nuestra responsabilidad en nuestra situación, qué podemos hacer y -sobre todo- qué rumbo debemos tomar para llegar a lo que de verdad queremos en nuestras vidas. Supongo que todos conoceremos casos en los que los protagonistas salen de una empresa o una relación porque tienen claro que no quieren seguir por ese camino -es lícito y admirable- pero una vez en libertad su brújula parece dejar de funcionar y convierten sus vidas en una continua huida de rumbos erráticos, coleccionando aventura tras aventura y entrando en una vorágine de experiencias no siempre agradables que lejos de dar estabilidad a sus vidas las sume en un auténtico caos.

Por eso es esencial tener claro el objetivo que queremos para nuestras vidas y el rumbo que deberíamos tomar para alcanzarlo: seguro que todos atesoramos motivos para no estar del todo contentos con nuestra vida personal o profesional y eso debería ser suficiente para mantenernos entretenidos pensando en qué podemos hacer para cambiar las cosas, pero antes de tomar una decisión tan drástica como la ruptura tenemos que tener muy claro lo que realmente queremos: sólo el caso de un ambiente absolutamente tóxico y dañino justificaría una huida sin rumbo fijo.

Como todo está en los libros, la esplendente obra de Emily Brontë Cumbres Borrascosas nos enseña que la vida es cuestión de golpes de suerte, pero también de las decisiones que tomamos con nuestros comportamientos: mientras perseguimos nuestros objetivos la vida da muchas vueltas y tan inconveniente es actuar sólo por instinto -como Heathcliff- como exclusivamente por interés -como Catherine-.

Por último, antes he aludido a la “Gare d’Austerlitz” porque hace poco tuve el placer de viajar a París y recordé la maravillosa canción de Sabina interpretada tanto por él como por la no menos magnífica Ana Belén:

Les dejo ambas versiones para que ustedes mismos elijan cuál les gusta más.

A pesar de lo que dice la canción, siempre quedarán “islas donde naufragar”: no dejen de buscarlas.

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