
A veces no hace falta buscar muy lejos la causa de nuestras crisis: basta con relacionarse, escuchar con atención y analizar lo que pasa a nuestro alrededor.
Hace unos días fui invitado a la casa de un importante empresario del sector siderúrgico, donde coincidí con personas de distintos ámbitos profesionales. Conocido el currículum académico de los que allí compartían tertulia, uno se sentía en cierta manera acomplejado… hasta que algunos empezaron a opinar.
Uno de los alicientes que tiene para mi conocer a personas, charlar y reflexionar con la gente es la amplitud de miras con la que se aborda un mismo asunto. Ante un mismo hecho, cada uno tenemos nuestro objetivo o punto de vista y conviene escuchar con atención a todo el mundo para tener una visión de la realidad lo más detallada posible. Además, si el grupo con el que uno comparte tertulia está plagado de titulados y expertos universitarios, siempre se espera recibir alguna visión, clase magistral o argumento desconocidos para la mayoría de la población, pero claves a la hora de discernir alguna problemática actual.
He de confesar que mi entusiasmo empezó a ser minado en el momento en el que un sector de la audiencia (coetáneos míos) menospreciaron el discurso de algún que otro veterano profesor sólo por su avanzada edad, sin entrar a valorar el calado y la dimensión de sus opiniones. Ya les he dicho en otros artículos -y no me canso de reiterar- que profeso especial admiración y respeto por nuestros precursores y artífices de las empresas (y de la sociedad) que pusieron en nuestras manos y que nos están costando mantener; así que cada vez que algún mezquino desdeña a quien otrora demostró sobrada valía y capacidad me resulta bastante molesto.
Así pues, con el entusiasmo minado me aproximé a un grupo de personas que estaban hablando sobre la industria: “esta es la mía, de aquí voy a aprender algo seguro”, me dije. En ese momento una mujer lideraba la conversación explicando la necesidad, virtudes y beneficios del Green Deal o Pacto Verde Europeo. La mujer, doctora universitaria y con cargo político, defendía con vehemencia la necesidad de este acuerdo contra la contaminación generada hoy en día por nuestra sociedad -merced a nuestro “estado del bienestar”- y nuestra industria. Estoy de acuerdo en que todas las comodidades conllevan algún tipo de contaminación atmosférica, acústica, lumínica, etcétera; pero es el “coste” que tenemos que pagar por los inventos y adelantos que nos hacen la vida más confortable. Internamente pensé por un momento: “si a esta señora le parece que hoy tenemos contaminación es que no debió conocer el Avilés de mediados de los años 70”, porque me parece indiscutible que hay que trabajar e invertir para que las empresas contaminen cada día menos, pero siendo conscientes de que se ha mejorado mucho en este campo, y -por supuesto- sin perder de vista el equilibrio técnico/económico que les permita ser rentables y competitivas.
Siguiendo con su argumentación para convencer a la concurrencia, la buena señora anunció que ese pacto traerá consigo ayudas de la Unión Europea por valor de cientos de miles de millones de euros para inversiones y transformación de empresas , a lo que yo me preguntaba: “¿de dónde va a salir ese dineral?, ¿esta fiesta quién la paga?”. Por último –y seguramente dejando escapar su vena política- sostenía con inflexibilidad que no había alternativa y que habría que castigar (con impuestos) a las empresas o entidades contaminantes.
Cuando creí haber oído suficiente, y seguro de que los argumentos de esta señora no me iban a convencer, me retiré a tomar una infusión y a hablar de otros temas de actualidad bastante más superficiales.
Pero no dejo de pensar en manos de quién estamos y quién maneja el timón de nuestras vidas: personas con unos estudios acreditados, que seguramente no conocen la realidad más allá de su confortable despacho, están imponiendo a la sociedad y a las empresas (en las que trabajamos, las que son el motor económico y base de nuestra sociedad) condiciones técnicas que comprometen y merman su competitividad en el mercado global. Me gustaría saber cuántos de los “padres” y apóstoles de este Green Deal han trabajado en la empresa privada, han pasado por un horno alto, un tren de laminación, han visitado unas cubas de electrolisis o conocen los costes energéticos de producción de nuestras empresas sidero-metalúrgicas… antes de tomar decisiones de este calado.
Todo lo que hacemos en nuestra vida y en nuestras empresas conlleva una alteración mayor o menor en la naturaleza, pero a la vez que buscamos un equilibrio entre bienestar y cambio climático debemos tener en cuenta también que de nada sirve ser el más aventajado en concienciación ecológica si el 85% de nuestros vecinos siguen mezclando los residuos o vertiendo al desagüe aceites y restos varios.
Por supuesto que a mí me gustaría que nuestras empresas cada día contaminaran menos, pero sin que esto les suponga un deterioro competitivo. A lo mejor estos señores que se reúnen en Europa con cierta regularidad podrían también consultar a las multinacionales instaladas en nuestro continente qué necesitan para ser más competitivas y poder hacer frente a empresas procedentes de países en donde se puede ir «a escape libre» en asunto de emisiones, y donde los costes y condiciones laborales son tristemente ridículos, o cuentan con el apoyo del gobierno de turno para ofertar con precios fuera de mercado.
Les dejo este enlace en el que se pueden comparar las cifras de contaminación de distintas partes del mundo y verán que en Europa no tenemos las estadísticas más preocupantes como para tomar decisiones drásticas que puedan comprometer nuestro futuro empresarial.
https://aqicn.org/map/world/es/
Y recuerden: no se enamoren de sus ideas