
Hace unos días Alfredo Amores compartía una noticia del diario Expansión en el que una vez más se volvía a la recurrente discusión entre títulos frente a capacidades. En el enlace adjunto tienen acceso al artículo:
A mi modo de ver una cosa es la formación y otra la obtención o la posesión de un título, y es al equiparar esos términos cuando llegan las discusiones. Nos equivocamos si pensamos que sólo quienes están en posesión de un CV adornado con títulos tienen formación, o que unos estudios acreditan una capacidad. Hace ya años, al terminar mis estudios superiores (Licenciado en Filología Española), en el transcurso de una distendida charla con un profesor unos compañeros le confesábamos nuestra percepción de que no sabíamos nada, de que después de todos aquellos años de estudios todo lo que habíamos aprendido parecía haberse esfumado. En aquella agradable tertulia y en ese momento nos dimos cuenta entre todos de que cuando uno termina una etapa en unos estudios lo único que se acredita es que está listo para seguir aprendiendo, bien sea continuando en otros estudios o bien sea en el trabajo diario.
Quizá porque los avatares de la vida me llevaron por otros derroteros profesionales, siempre he tenido la necesidad y la curiosidad por aprender. En primer lugar, la necesidad porque mi trabajo exigía unos conocimientos, porque el mundo está en continua evolución y tenemos que adaptarnos a cambios, a nuevas herramientas y metodologías. En segundo lugar, la curiosidad porque me encantaba mi trabajo, porque cada día y cada proyecto siempre trae consigo alguna nueva particularidad, algún detalle que debemos considerar y trabajar de la manera adecuada. Si les soy sincero, he aprendido mucho en las aulas, pero infinitamente más trabajando día a día, observando y hablando con las personas: desde presidentes de empresas hasta ayudantes de taller: de todo el mundo se aprende, la vida es un aprendizaje continuo y esa es la más valiosa formación.
He comprobado que la “titulitis” ha resultado mucho más letal para muchas empresas que la peor crisis financiera. No sé de dónde llegó esa moda ni quién fue el “fenómeno” que logró implantarla en muchas compañías, pero he asistido a su desarrollo y no puedo más en contra de esa maldita costumbre. Desde hace años he presenciado la llegada de hornadas de nuevos profesionales cargados de títulos y másteres a los que normalmente les hacen varias “faenas” sin que sean conscientes: por una parte, en sus escuelas o facultades les inculcan que una vez superados los estudios estarán perfectamente capacitados para saber tanto o más que cualquier otro profesional en la organización que no tenga sus mismas acreditaciones. En segundo lugar, los profesionales en los departamentos de RRHH o Talento (que también dan para una buena reflexión) se encargan de reclutarlos atendiendo más a un CV tan lleno de cursos como hueco de experiencias, y a una entrevista que hace de filtro antes de que lleguen a conocer a quien puede ser su responsable: he conocido el caso extremo de un candidato (de escasa experiencia laboral) seleccionado para una vacante de asistente en un proyecto al que RRHH proponía pagarle más que al jefe al que iba a ayudar… todo en virtud a su -muy respetable- colección de títulos. En tercer lugar, y lo que es más sorprendente, es que una vez que los nuevos profesionales aterrizan en la que va a ser su casa es muy posible que les dejen navegar solos: he tenido cerca casos en los que jóvenes recién titulados se incorporaban a una empresa y se les hacía jefes de proyecto, o responsables de la gestión de algún contrato, o la relación con el cliente… responsabilidades para las que objetivamente no estaban preparados por mucho interés que pusieran, y todo a pesar de un brillante expediente académico.
Así pues, los resultados -si nadie lo remedia a tiempo- suelen ser catastróficos y a veces de difícil solución. El problema para muchos profesionales es que van pasando de empresa en empresa sin llegar a adquirir el poso suficiente, la pátina que sólo da la experiencia, y corren el riesgo de repetir el descalabro una vez tras otra.
Afortunadamente también he conocido casos de jóvenes de brillante expediente que han llegado a empresas que se han preocupado por tutelarlos, por enseñarles qué, quién y de qué manera se hacen las cosas, y eso –normalmente- sí ha resultado un éxito cuando se ha hecho bien.
Hace unos años llegó a mi esta entrevista al recientemente fallecido Jack Welch:
Les recomiendo que no se la pierdan de principio a fin, pero pongan especial atención a sus palabras cuando dice “las personas más cercanas al trabajo lo conocen mejor”. Como les contaba más arriba, si hago un balance honesto, a lo largo de mi experiencia he aprendido más hablando con las personas y observando en los talleres, en los laboratorios o a pie de obra que en las aulas o en la oficina. Todo aprendizaje es necesario y complementario, pero sólo la experiencia (unida al sentido común) te ofrece un mejor punto de vista para tomar las decisiones adecuadas en los momentos precisos, y te –sobre todo- enseña la magnitud real de las cosas.
NOTA: Publicado en LinkedIn el 20 de mayo de 2020