
Al marido de una amiga se le acababa el contrato la semana pasada y casi el mismo día de vencimiento su empresa le comunicó que se lo extendían un mes más, hasta final de año. Este hombre lleva varios años trabajando de manera intermitente para la misma empresa (con la incertidumbre que eso supone), y no porque la carga de trabajo tenga altibajos, sino porque su empresa –como tantas- evitan mantener vinculaciones largas con su personal.
Por otro lado, también me enteraba la semana pasada que un amigo lleva una temporada de baja laboral: a la pérdida de seres queridos en su entorno más cercano en los últimos meses se ha unido que su empresa le notificó un largo periodo de ERTE mientras que con muchos de sus compañeros -menos comprometidos con el trabajo que él- la empresa tuvo la “delicadeza” de no hacerles pasar por ese trance, sino que consideró hacerles un ERTE light (uno o dos meses solamente), y es que a veces –como dice el refrán- “las desgracias nunca vienen solas” y se hace muy duro asimilarlas.
Los compañeros que hablábamos de este amigo recordábamos sus peripecias periódicas con la sacavera: para quienes no conozcan el término les aclaro que así es como se denomina en algunas partes de Asturias a las salamandras. En este caso particular, éste era el mote que en aquella empresa los trabajadores le habían puesto a la señora que se encargaba hace años de hacer las nóminas. Por esa época, cada vez que llegaba el día de recibir la nómina, las colas a la puerta del despacho de aquella mujer eran kilométricas por la ingente cantidad de nóminas que no reflejaban las horas reales trabajadas por el personal del taller, así que tanto nuestro amigo como muchos de sus compañeros iban a visitar a la sacavera para aclarar con ella el número de horas extra o fines de semana trabajados y que les pagaran lo que les correspondía. Esta situación se repetía cada mes con cada nómina. De esto hace ya años, pero así como nunca entendí que esa situación pudiera darse repetidamente, tampoco llegué a saber si los recurrentes errores –siempre a favor de la casa- eran fortuitos, o bien una directriz de la empresa que aquella señora cumplía a rajatabla, o simplemente la mujer pensaba motu propio que defendía los intereses de la empresa sisándole horas y sueldo al personal del taller, que no eran otra cosa que sus compañeros.
Siempre he defendido que el mayor y mejor activo de una empresa es su personal, y de ahí la importancia de tener un departamento que se preocupe de mantener formados y bien recompensados a quienes van a ser el sustento de la empresa. Si el trabajador no cumple o no es válido para la empresa creo que lo mejor para ambas partes será ser sinceros y romper la relación cuanto antes, pero si la empresa considera que una persona es válida (no digamos cuando ya se considera que alguien es esencial) y al que se recurre con frecuencia, hay que cuidar ese vínculo. No deberíamos pedir -y mucho menos exigir- compromiso a los trabajadores cuando la respuesta que reciben desde la empresa son mensajes de desconfianza a la hora de renovar un contrato, pagar lo justo o aplicar un ERTE, ahora que muchas empresas se ven en la necesidad de recurrir a ellos debido a la crisis del COVID-19.
A lo largo de mi vida laboral he visto «blanquear» las actuaciones más inverosímiles, y así como entiendo que ninguna compañía puede mantener una estructura y funcionamiento de baja productividad, tampoco conviene a nadie irse al otro extremo y no valorar en su justa medida el trabajo, el compromiso y la vinculación de las personas. El sentido común suele poner las cosas en su sitio: antes o después las empresas recogen lo que siembran en la tierra de los recursos humanos, y con esos recursos (con esas personas) van a tener que defenderse en los mercados. La sostenibilidad de una empresa no debería verse sólo desde el punto de vista de la ecología, sino desde el equilibrio y capacidad en su organización, en su fortaleza para ser competitiva en su sector; y en la base de esa sostenibilidad -independientemente de las categorías profesionales- están las personas responsables de dar la solidez y fortaleza a las empresas.
De acuerdo Yeyo… ¿Como conseguirlo? porque yo no creo que la immensa mayoría de los patronos asuman esas teorías. ¿Que nos queda entonces? En mi opinión solamente un sindicalismo fuerte y honesto pudo en el pasado (y debería seguir haciendolo) equilibrar esas contradicciones . Un abrazo.
No lo sé, Jose, el tema es endiablado y más con la situación de la pandemia. Quizá la repuesta está en la honestidad -como tu aludes- pero por ambas partes: tanto por la parte de las empresas como por la parte de los trabajadores, pero el panorama es dramático y creo que empresas y trabajadores salimos perdiendo en este nuevo escenario.
Un abrazo!