
Cuando se trata de definir una empresa, las escuelas de negocios insisten en la importancia de tener claros y bien identificados tres pilares fundamentales sobre los que asentarlas: MISIÓN, VISIÓN Y VALORES.
La Misión es la “razón de ser” de la empresa, el “a qué nos dedicamos”, define cuál es nuestro producto y/o servicio que ofrecemos.
La Visión es la meta que queremos alcanzar con nuestra empresa, los objetivos a corto, medio y largo plazo que nos marcamos.
Los Valores definen de qué manera vamos a trabajar, la cultura por la que se regirá esa empresa o –dicho de otro modo- los principios éticos que marcarán la personalidad de la empresa.
En cualquier caso, la definición de la empresa pasa por las respuestas claras y precisas (además de veraces y coherentes) para cada uno de esos tres conceptos.
En estos meses de incertidumbre estoy observando cómo empresas con las que tengo algún tipo de contacto se van marchitando. A las transiciones digital y ecológica que ya habían arrancado antes de la pandemia del COVID-19 –con intenciones tan firmes como imprecisas- se une la paralización de la actividad económica, de tal manera que las empresas se han quedado sin trabajo y en muchos casos sin rumbo claro que les asegure la supervivencia. Entrar hoy en día en muchas oficinas o talleres requiere haber desayunado una buena dosis de optimismo para no caer en depresión: a las medidas de prevención por el COVID-19 se une la falta de actividad por la paralización económica y caída de los pedidos. Es doloroso ver los talleres con los portones cerrados y casi sin ruido, con un número mínimo de operarios y al ralentí; oficinas donde los teléfonos no suenan y los pocos empleados presentes parece que van a cámara lenta… pero -sobre todo- personas con el ánimo mermado y con las caras con una mirada común de preocupación, de desconfianza y de incertidumbre.
Se me ocurrió acordarme de la Misión porque parece que esta época que sufren nuestras empresas le haya cambiado el valor semántico: de significar su “razón de ser” ha pasado a ser la “tierra o lugar en el que predican los misioneros”. En unos meses hemos pasado de trabajar en sitios bulliciosos, estresantes, con mil líos pero también con buen ambiente en la mayor parte de los casos… a trabajar en oficinas que más parecen conventos o casas de ejercicios espirituales donde casi se echa en falta el hilo musical con cantos gregorianos y un incensario, o incluso un jardín zen en cada mesa para relajar, meditar y reducir el estrés las huestes mientras pasan las horas. Hasta el exceso de calor en algunas oficinas ha dado paso al frío merced a la ventilación recomendada en los protocolos de lucha contra el COVID-19. Supongo que estas escenas contrastan con el día a día que nuestro personal médico estará soportando en la totalidad de centros hospitalarios del país, desbordados y donde la incertidumbre y el estrés tienen su origen en intentar sacar adelante a los pacientes que allí acuden.
Pero volviendo a los pilares de los que hablaba al principio, y si queremos atisbar un hilo de esperanza al que aferrarnos, debemos ser conscientes de que el único de los principios que depende de nosotros son los Valores. La Visión (o los objetivos fijados por la empresa) puede cambiar dadas las circunstancias, y elementos externos pueden hacer que la Misión cambie o incluso se derrumbe; pero si tenemos claros los Valores, éstos permanecerán con las personas en una u otra Misión, a lo largo de cualquier camino que la vida o las circunstancias nos inviten a recorrer.
Si han visto y recuerdan la maravillosa película La Misión, se pone de manifiesto que cuando las circunstancias (situaciones sobrevenidas, decisiones políticas, intereses particulares, etc) provocan un cambio, desafían y suponen un riesgo para al desarrollo conseguido y el trabajo de tantos años -como el de los jesuitas en aquella tierra con los indígenas- es cuando los valores particulares de cada uno afloran y son los que guían las conductas: unos para velar por sus intereses particulares, otros para agradar con sus decisiones a terceros, y otros para defender como mejor pueden aquello en lo que creen, bien de una manera pacífica y espiritual (Padre Gabriel/Jeremy Irons) o bien de una manera más terrenal y beligerante (Hermano Mendoza/Robert de Niro).
Creo que en este momento de incertidumbre tanto las empresas a nivel estratégico como las personas a nivel individual debemos centrarnos y trabajar por mantener y defender las Misiones, adaptar las Visiones a las circunstancias, pero –sobre todo- velar porque nuestros Valores no se vean afectados más de lo imprescindible.
Hace cuatro meses nos dejó el compositor Ennio Morricone, autor de unas 400 bandas sonoras entre cine y TV. A mediados de los años 80, Morricone también estaba cansado, y tenía por costumbre no trabajar para los grandes estudios norteamericanos hastiado del menosprecio con los que éstos consideraban a sus obras. Los productores de La Misión sí tenían un gran interés en que él les compusiera la música, así que -conocedores de su reticencia- lo invitaron a que viera un montaje preliminar de la película sin música, del que salió realmente emocionado como él mismo más tarde reconoció. Esto fue lo que conmovió y convenció a Morricone para hacer lo que algunos consideran el mejor trabajo de su vida: