Sobre ética

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Hace unos meses asistí a un taller online organizado por el MediaLab de la Universidad de Oviedo cuya temática era “Ética+Ingeniería” que me resultó francamente interesante porque no sólo se hacía una exposición de contenidos, sino que su estructura estaba enfocada a hacer reflexionar a los participantes sobre algunas situaciones ficticias y otras reales en las que las respuestas requeridas estaban también relacionadas con el punto de vista ético.

En el taller nos hablaron de la “ética normativa”, de intentar discernir cuándo una acción es correcta o incorrecta, relacionando la respuesta con las teorías de Aristóteles, Kant o Bentham en función de si el criterio para obtener esta respuesta estaba basado en las virtudes, en las normas o en los valores respectivamente. Pero sea cual sea el criterio por el que regimos nuestro comportamiento, en mi opinión hay un pilar básico que es la responsabilidad, el ser consecuente con nuestros actos, y por eso cada día lo paso peor al comprobar que en algunas empresas y en la sociedad en general se hace habitual construir un discurso que maquille –o directamente oculte- errores catastróficos, decisiones negligentes y actitudes irresponsables.

En mi vida profesional debo estar agradecido a mi buen maestro, del que aprendí que “sólo el que hace algo se equivoca, el que no hace nada no se puede equivocar nunca”, y que nuestras acciones y respuestas ante cualquier situación tienen siempre una responsabilidad que no podemos eludir, tanto internamente dentro de nuestra organización como de cara al exterior con respecto a clientes y proveedores. Algunos se preguntarán qué tiene “esto de la responsabilidad” que ver con la ética (no ya sólo en el trabajo, sino en nuestra vida) y yo creo que es la piedra angular de todo: la ética es la reflexión sistemática de la moral.

En mi humilde opinión, y por creciente que sea la competitividad en el mundo que nos ha tocado vivir, todo debe estar gobernado por la responsabilidad, o la ética si ustedes lo prefieren: un proyecto tiene que ser firmado por ambas partes (cliente y proveedor) desde la responsabilidad, desde la seguridad de ambas partes de que conocen en profundidad lo que firman y con quién lo firman, y con la voluntad por ambas partes de sacar adelante ese alcance. Sin embargo, desde hace unos años asistimos a la paradoja de que las empresas contratan lo que sea, de la manera que sea y con quien sea, y lo que pase después “ya se verá”; de tal manera que da la impresión de que cada vez se invierte más dinero en abogados que en técnicos para gestionar los contratos: parece que desde el mismo momento de la firma del contrato cliente y proveedor se convierten en enemigos, y lo importante ya no es que el proyecto salga adelante, sino cómo puedo ganarle algo de dinero a la parte contraria.

Una vez que el proyecto se firma y pasa a producción, los comerciales ya se han liberado de la responsabilidad, aunque hayan firmado una bomba de relojería que cae encima de la mesa de algún penitente jefe de proyecto. No es casual que en los últimos años siempre aparezca una letra pequeña, alguna partida no contemplada o algún condicionante que no se advirtió en fase comercial y con la que los ingenieros de proyecto deben lidiar. Hoy en día la mayor parte de directores de proyecto tienen un poder de decisión o maniobra inversamente proporcional a la responsabilidad que se les exige en su organización, se ha pasado de los tiempos en los que el ingeniero era una personalidad con secretaria e incluso chófer a ser una figura fusible, alguien a quien pedir informes y responsabilidades, y a quien cargar con el mochuelo del presunto desastre: no soy tan viejo como para recordar tiempos en los que a los jefes de proyecto se les daba una autonomía de funcionamiento en su proyecto proporcional a la exigencia que tenían encima. ¿Es ético pedir responsabilidad de la situación de un proyecto a una persona que no ha firmado el proyecto (si viene viciado no es por su mal hacer) y sin capacidad de decisión en el día a día?

Seguro que muchos de ustedes conocen situaciones así, pero a otros les costará creer que estas circunstancias puedan darse, y les aseguro que lamentablemente no son infrecuentes. Parece que en la sociedad moderna a las grandes empresas ya no les interesa hacer proyectos con éxito y dejar clientes satisfechos, sino únicamente ganar dinero aquí y ahora, y así –sólo pensando en este fin- se apuesta por crear pesadas “estructuras elefantiásicas” con departamentos financieros, jurídicos, administrativos, auditores, compras, calidad, planificación, documentación, etcétera, que en muchos casos aportan al jefe de proyecto más problemas que soluciones. Llega un punto en el que los departamentos de la empresa no están para auxiliar o apoyar al proyecto, sino que es éste el que sirve de excusa para que muchos justifiquen su razón de ser.

Sólo con ética o responsabilidad no se garantiza el éxito en un proyecto o en cualquier circunstancia en la vida, pero es imposible que los proyectos salgan bien si no trabajamos con responsabilidad. Sin responsabilidad, los problemas acaban llegando, y a veces de manera catastrófica.

Les invito a ver este interesante vídeo que explica las causas del accidente del transbordador espacial Challenger en 1986, y que demuestra cómo a veces las catástrofes también son evitables. Es frustrante comprobar cómo la ética y la responsabilidad de profesionales íntegros como Roger Boisjoly pierden la batalla cuando chocan contra otros intereses personales o empresariales, y cómo los intentos de ese hombre por prevenir una catástrofe -basados en criterios técnicos y argumentos probados- no tienen nada que hacer ante opiniones fundamentadas en otros intereses.

Sé que es un poco largo, pero si les gusta esta temática creo que es muy interesante e invita a la reflexión sobre las consecuencias que esta situación tiene para las partes implicadas.

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