Splashdown… y la importancia de tener un PLAN B

Photo by NASA

Hace unas horas que pudimos asistir al regreso de la cápsula SpaceX DRAGON a la Tierra. Según los datos de la empresa SpaceX, esta nave acumula un total de 23 lanzamientos y 22 visitas a la Estación Espacial Internacional (ISS) desde 2012, pero esta misión además es especial y constituye un HITO tanto para la empresa SpaceX como para la NASA porque supone un retorno al espacio de naves americanas tripuladas. Desde el final del Proyecto Shuttle, en 2011, los estadounidenses se han visto obligados –creo que no sin ciertas vergüenza y deshonra- a pagar a los rusos para que éstos transportaran en sus veteranas naves Soyuz a los astronautas americanos; así que a partir de ahora podrán presumir de que su tecnología -aunque sea por iniciativa privada- ha recuperado parte del terreno perdido.

En este vídeo de la NASA tenemos un interesante y completo resumen de la maniobra de regreso:

Viendo las imágenes me recordé a mí mismo de niño (con 8 años) con mi abuelo, siguiendo con atención el primer aterrizaje del Columbia por la TV en 1981, y la esperanza que supuso aquello para tanta gente interesada en la aventura espacial: por primera vez en la historia se conseguía que una nave despegara de la Tierra como un cohete y regresara como un avión para ser reutilizada en poco tiempo. La experiencia y el transcurrir de las misiones se encargaron de corroborar que nada de lo que esperaba de aquel esperanzador y ambicioso Proyecto Shuttle se cumplía y -lo que es peor- dejaban a los Estados Unidos en situación de “fuera de juego” en la carrera espacial.

El Proyecto Shuttle se había iniciado en la década de los 60, antes incluso de la llegada a la luna, y era el siguiente paso en la apuesta por el desarrollo espacial de los Estados Unidos. Partiendo de la idea de la rebaja en el coste de las misiones, de un programa de vuelos regulares y frecuentes al espacio y de la reutilización de las naves, la NASA se puso a trabajar (paralelamente al Proyecto Apolo) en varias líneas de desarrollo para construir una nave que cumpliera con esas tres premisas. Antes incluso de lograr el HITO de poner a un hombre en la luna, el globo de la ilusión del Proyecto Apolo se estaba desinflando desde dentro de la propia NASA, donde algunos consideraban que aquella tecnología “heredada de un nazi” estaba obsoleta, pero también desde fuera de la NASA, a medida que las necesidades de gasto para la exploración espacial aumentaban (llegando al 4% del presupuesto federal) y las encuestas decían que la carrera espacial interesaba sólo al 50% de la población estadounidense. A partir de 1969, Nixon y la mayor parte de políticos americanos no estaban por la labor de seguir invirtiendo ingentes cantidades de dinero una vez demostrada ya su ventaja sobre los soviéticos en materia espacial, así que en 1972 se cerró el grifo del Proyecto Apolo para abrir el del ilusionante Proyecto Shuttle.

En 1976 se presentó el primer prototipo de transbordador, el Enterprise (llamado así por la solicitud de miles de seguidores y fanáticos de la serie Star Trek) construido sólo para pruebas de vuelo y validación del prototipo, al que copiaron ya en los 80 el Columbia, Challenger, Discovery, Atlantis y Endeavour.

Diseñado teniendo en cuenta también criterios militares y pensando en la construcción de la futura Estación Espacial, el Shuttle -o Transbordador- se presentaba como un gran vehículo capaz de acomodar una tripulación de 7 astronautas y que disponía también de una gran bodega de carga para llevar satélites, módulos de la futura y programada Estación Espacial o el telescopio Hubble.

 Por fin, en 1981 el Columbia realiza con éxito el primer vuelo y con su éxito llega fugazmente el optimismo a los dirigentes norteamericanos, aunque pronto comprobarán el error cometido apostándolo todo por este Programa.

Este vídeo resume la primera misión STS-1, cuyo aterrizaje vi con mi abuelo a través de TV:

Como les decía, la valoración del proyecto no se hizo esperar, con unos resultados ciertamente inquietantes.

Para empezar, la apuesta única por este programa supone que se dejan de lado los largos viajes interplanetarios, puesto que las lanzaderas espaciales (Shuttle) sólo servirán para orbitar alrededor de la Tierra. Por consiguiente, la exploración lunar y la posibilidad de enviar astronautas a otros planetas se abandonan. Dicho de otra manera: Estados Unidos deja de tener cohetes de larga distancia.

Con respecto al propio Proyecto Shuttle, la primera conclusión real a la que llegan es que la nave no es tan fácilmente reutilizable como estaba previsto, dado que requiere meses de exhaustiva revisión antes de volver a lanzarla, y eso es un factor que contribuye a que los costes por lanzamiento se multipliquen ¡por quince! Según datos publicados, si la previsión inicial del proyecto era rebajar el coste de transporte al espacio hasta situarlo en unos 1.100 dólares/kilo, la realidad era que cada kilo transportado al espacio en el Transbordador tendría un coste de 60.000 dólares, mientras que los rusos lo seguían haciendo en sus veteranas naves por 5.000 dólares/kilo aproximadamente.

Pensando en una amortización de costes con un incremento de lanzamientos, enseguida se planificaron todos los lanzamientos posibles para cada año, pero la realidad volvió a tumbar los planes previstos: la previsión del Proyecto Shuttle presentado al Congreso en 1972 contemplaba la estimable cifra de 48 lanzamientos al año, cifra revisada primero a 24 lanzamientos anuales y finalmente a 12. Sin embargo, el año de mayor número de lanzamientos fue 1985 con un total de 9, así que por esa vía tampoco había manera de amortización.

El accidente del Challenger en 1986, que costó la vida a toda su tripulación, fue el inicio de las discusiones sobre la seguridad de los transbordadores dado que -a diferencia de anteriores naves- tampoco contaban con cápsula de seguridad para la tripulación, por lo que su diseño fue puesto en entredicho.

La puntilla al proyecto se la puso el accidente en 2003 del Columbia, en el que también perdieron la vida todos los tripulantes, y que hizo al gobierno de Bush cancelar el proyecto en 2005 anticipando su final para 2011, a la vez que anunciaba el inicio de un ambicioso y costoso Programa Constellation, que sería cancelado también de manera anticipada por Obama en 2010 al haber comprobado que era inviable.

Pero –desde mi punto de vista- lo peor de todo para los norteamericanos es que en estos casos comprobamos cómo toman decisiones sin tener Plan B, y se ven obligados desde 2011 hasta 2020 a “solicitar servicio de taxi” a sus rivales rusos que siguen trabajando y lanzando al espacio las vetustas, simples pero fiables naves Soyuz, modelo que data de 1967 y que –con alguna modificación- sigue funcionando hoy en día.

Seguramente que la historia real es bastante más compleja y tiene más aristas que las pinceladas que aquí les muestro, pero bastan para ejemplificar cómo en las empresas y en nuestra vida personal debemos valorar y validar todos los planes antes de desechar lo que tenemos (por muy malo que pensemos que es) y apostar por un proyecto futuro sustentado sólo sobre hipótesis.

No debemos enamorarnos de nuestras ideas y debemos validar siempre nuestras hipótesis antes de poner en marcha un proyecto… y -a poder ser- contar siempre con un Plan B

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