
Ruego me perdonen por titular este artículo con una expresión soez, vulgar y malsonante, de la que me serviré para desarrollar la siguiente historia, y que enseguida comprenderán.
Hace años un amigo me habló del director de su empresa: un tipo que había sido fichado por su brillante trayectoria, discreto, de pocas palabras, rictus serio… pero al que algunos de sus subordinados habían bautizado como “a la puta calle”. De gatillo rápido como Clint Eastwood, nuestro protagonista no dudaba en poner de patitas en la calle a aquel que le fallaba, de tal manera que mientras su fama aumentaba con el paso de los despidos y los ejercicios, el temor entre sus empleados crecía proporcionalmente a la lista de damnificados y era visto dentro de la empresa casi como el mismísimo maligno Darth Vader.
En aquel momento me llamó la atención que una empresa con semejante personaje al frente pudiera cosechar buenos resultados, que –además- mejoraban año tras año, así que intenté conocer un poco más la situación en general y el personaje en particular.
Cuando me acerqué a la persona, me sorprendió gratamente que sus fundamentos eran tan claros como poco numerosos:
- Obsesión por la eficacia: el crecimiento de la empresa debe ser sólido y esto sólo se consigue desde dentro, desde una gestión de la empresa ordenada y correcta en el día a día. Si la empresa no está bien gestionada, si sus fundamentos no son sanos, el crecimiento es efímero y no deja de ser un espejismo.
- Beneficios: En un primer momento la empresa tiene que generar confianza, para pasar después a generar los mayores beneficios posibles a sus propietarios. Éstos tienen que estar basados en la calidad de los trabajos, en la imagen que la empresa deja en el mercado, en sus clientes.
- Las empresas no sólo son los ordenadores: aunque muchos en aquella empresa decían que este hombre sólo valoraba a los gestores en detrimento de la mano de obra, la realidad es que su visión de la empresa tenía que ver también con el valor aportado desde el taller y desde el know-how que aportaba un factor diferencial.
- Mano de hierro en guante de seda: en toda gestión es inevitable combinar momentos de mano dura con momentos delicados, y en ambas situaciones la respuesta debe ser contundente.
- Medallas para otros: siendo consciente de que el paso de los dirigentes por las empresas suele ser efímero, este hombre estaba preocupado exclusivamente por tomar las decisiones correctas y precisas para la empresa, sin buscar las medallas ni otro tipo de protagonismo.
En aquella época tuve también la oportunidad de conocer a otro empleado de aquella empresa que, cansado de aguantar situaciones insostenibles en su entorno cercano, optó por presentar la dimisión. Cuando la carta de renuncia llegó al director, éste se ocupó en primera persona de concertar una entrevista con este empleado y –conocedor de la valía de su subordinado- evaluar la situación y convencerle para que no dejara la empresa: lo cambió de puesto a la vez que tomó cartas en el asunto para resolver el mal funcionamiento de aquel departamento particular (obviamente echando a más de uno “a la puta calle”).
Hace unos días volví a hablar con mi amigo, que miraba al pasado con añoranza de aquel director: “estábamos equivocados, era el que más cuidaba por nosotros al cuidar por los intereses de la empresa”, me dice. Comprende ahora que mientras en aquella época veían a su director como un temible jerarca que despedía a la gente a su libre albedrío, la realidad era bien distinta y las decisiones eran acertadas ya que sólo se “ejecutaba” a aquellos que con sus conductas atentaban contra el buen gobierno y funcionamiento de la empresa. Desde que aquel director se fue y ya nadie echa de manera ejemplar “a la puta calle” la empresa va de mal en peor, instalada en taifas donde la única preocupación de cada califa se limita a mantener su estatus por encima del interés de la empresa, a pasar desapercibido entre los de su ecosistema y no molestar a sus superiores con opiniones o discursos discrepantes.
Sobre estrategia, ejecución y personas habla Jack Welch en este entretenido vídeo:
Es innegable que para conseguir el éxito -como indica Jack Welch- las empresas deben contar con las personas idóneas y la ejecución adecuada, aún a riesgo de que el mote que le caiga al máximo responsable sea el de “a la puta calle”. No confundamos amabilidad con cobardía.