Acción de Gracias

Photo by Elisha Terada on UNSPLASH

Esta mañana, mientras iba de camino al trabajo, escuché en una conocida emisora de ámbito nacional a un periodista proclamar que “Estados Unidos se prepara para volver a la normalidad el próximo día de Acción de Gracias”. En un primer momento pensé que a nuestros amigos americanos todavía les queda una buena temporada de vida limitada por delante, pero enseguida el locutor amplió la noticia diciendo “para motivar a los ciudadanos, una conocida marca regalará cerveza con el fin de conseguir tener a un 70% de la población vacunada antes del 4 de julio”. En la tertulia radiofónica había al menos 3 periodistas más, pero a ninguno pareció chirriarle el comentario más que a mí: parece que el encargado de dar las noticias había confundido el Día de la Independencia con el Día de Acción de Gracias sin darse cuenta ni él ni quienes le acompañaban en el micrófono en ese momento.

Este despiste me hizo reflexionar sobre la facilidad con la que la sociedad moderna normaliza los disparates dependiendo de dónde vengan y enseguida recordé algunas anécdotas vividas en mi ámbito laboral.

Hace años, un joven y prometedor ingeniero madrileño le puso un correo a su compañero de provincias para planificar las siguientes acciones a tomar en su proyecto durante un mes de mayo, advirtiendo de que se tuviera en cuenta que el 2 de Mayo sería festivo en Madrid porque “se conmemoraban los fusilamientos de la guerra civil”, sin que a nadie de los que iban en copia (madrileños también) les llamara la atención semejante desatino. El compañero de provincias, conmocionado al leer semejante dislate levantó el teléfono ipso facto para preguntarle al autor si estaba seguro de lo que acababa de escribir y pudo comprobar que éste no sólo no era consciente de la gravedad de lo que acababa de escribir (de mayor magnitud incluso, tratándose de un madrileño) sino que se tomó a risa su falta de cultura general.

Más antigua aún es la anécdota ocurrida en una multinacional donde, al detectarse un grave problema en la planta de producción, el director del departamento solicitó un informe detallado de lo ocurrido. Mientras estaba con su equipo reunido, y después de revisar el calado del asunto y discutir el informe, sentenció que había que tomar medidas, anotó en la portada del dossier unas palabras y llamó a su secretaria para entregárselo. Al salir la secretaria con el dossier en la mano, los subordinados de aquel director pudieron leer “HABRA EXPEDIENTE” (todo con mayúsculas), asumiendo todos que alguno de ellos sería objeto de algún expediente que podría incluso costarles el puesto. Tras unos días de incertidumbre y alguna noche sin dormir, y al comprobar que ninguno de los participantes en la reunión sufría consecuencias traumáticas, uno de ellos se atrevió a preguntar a la secretaria si sabía qué había pasado o qué iba a pasar con aquel expediente; ella le contestó “lo abrí ese mismo día y está en el archivo”. Sin entender apenas nada, nuestro protagonista le pidió más información a la secretaria, quien no tuvo más remedio que confesar que “el jefe tiene una ortografía catastrófica, no suele poner tildes y –entre otras cosas- se confunde sistemáticamente en el uso de las haches… me costó trabajo llegar a entender sus notas y escritos, pero ahora ya casi no tengo problemas para descifrar sus instrucciones. Con aquella nota en el dossier yo supe que él quería decir abra expediente y no habrá expediente”.    

También es digno de mención el caso de una joven responsable de proyecto que, preocupada por la apertura de la obra y por la llegada de materiales, llamó al taller para urgir a que programaran los envíos necesarios para dotar al personal de obra de tajo suficiente para las primeras semanas. Su interlocutor por parte del taller intentó tranquilizarla informándole de que disponían de material fabricado y listo para expedición como para completar 4 ó 5 camiones y que estarían en destino de un día para otro. Ella entonces se asustó y le contestó al responsable del taller que eso tampoco podía ser porque le iba a colapsar la obra con tanto material. El hombre intentó tranquilizarla diciendo «no es tanto material, mujer, ¿cuánto piensas que puede llevar cada camión?”, a lo que la muchacha respondió dubitativa: “no sé… ¿unas 250 toneladas?”. El buen hombre se lo tomó con humor e intentó ilustrar a la joven de las cargas máximas permitidas para el transporte por carretera.

Pero uno de los casos más caso más disparatados que he conocido ocurrió en una empresa de ingeniería con un proyecto que tenían en ultramar. Después de varios meses enviando materiales por vía marítima, un buen día el responsable de logística para aquel proyecto consideró que la información incluida en el formato de packing-list que se usaba en la empresa desde hacía años es insuficiente, así que hizo revisar el modelo introduciendo casillas para varios datos adicionales –muchos de ellos irrelevantes- y exigió a los encargados de las expediciones que cumplimentaran todos los detalles. La nueva tarea resultaba bastante más laboriosa y ardua de lo que en un primer momento pudiera parecer, puesto que requería buscar las marcas originales del material en el taller, cruzar la información con los certificados de origen y finalmente con los planos de fabricación… pero se iba haciendo. El problema llegó cuando la empresa tomó la decisión de comprar materiales a granel para enviar a la obra y fabricar allí a demanda: los hombres de expediciones no sabían qué poner entonces en la casilla titulada “destino del material”, porque no existía ningún plano en el que esos materiales aparecieran reflejados, así que esa casilla se queda en blanco. Cuando el responsable de logística revisa el primer packing-list llama al hombre de expediciones y le pregunta por qué esa casilla no está rellenada, a lo que éste le responde que no tiene información para cubrir esa casilla; y eso pasaría con el segundo contenedor, y con el tercero… y hasta con el cuarto contenedor vuelve el inevitable correo del contumaz responsable de logística inquiriendo el destino de los 20.000 kgs de tubería de 12” de diámetro. El más veterano de los muchachos de logística –harto de la inútil burocracia y de dar la misma explicación todas las semanas- le propone a su compañero: “te voy a demostrar que este dato es inútil, además de que mucha gente no sabe lo que se trae entre manos y se limitan a cubrir el papel”. Su compañero, perplejo ante las intenciones del primero, le pregunta cómo va a demostrar tal cosa y el más decidido le responde: “Pon que el destino de esa tubería es “endoscopias” y verás como a nadie le resulta extraño”. Casi sin pensar optaron por probar a ver qué pasaba poniendo “endoscopias” en los packing-lists y lo cierto es que no pasó nada… a nadie le extrañó que los tubos de metal de 12″ de diámetro se usaran para endoscopias, así que no tuvieron que soportar más correos ni llamadas del responsable de logística requiriendo la información.

Seguro que ustedes habrán protagonizado o conocerán alguna que otra anécdota en este sentido, pero estos son algunos ejemplos de cómo la sociedad y las empresas se van adocenando con el tiempo, normalizando el disparate de algunas noticias, las faltas de ortografía, la falta de cultura y conocimientos elementales o incluso dando la bienvenida a burocracias sinsentido o de dudosa utilidad para solaz de unos pocos responsables que sólo dan trabajo extra a terceros sin aportar beneficio alguno.

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