
Esta misma mañana, mientras tomaba café con un colega, éste me recordó la conocida frase de Bruce Lee “be water, my friend”.
Refiriéndose a la historia de un amigo común, me relataba cómo a este hombre le habían puesto al frente de un complejo proyecto que -según el equipo comercial- era “la bomba, una oportunidad única de entrar en un nuevo mercado”. Nada más examinar la documentación nuestro protagonista alertó a su superior de los posibles peligros que entrañaba aquella aventura, pero el asunto era tan atractivo que merecía la pena seguir apostando por él: “no te preocupes, seguiremos en ello y más adelante los de arriba tomarán la decisión que haya que tomar”, le tranquilizaba su superior. El desarrollo del proyecto seguía, y periódicamente nuestro amigo iba encontrando cada vez más apartados y cláusulas que suponían la asunción de elevados riesgos y ponían en riesgo la viabilidad de la empresa. Aunque así lo iba notificando a su –cada vez más populosa- jerarquía, las únicas respuestas que recibía eran silbidos mirando al cielo, poses de perfil, traslados de responsabilidad a terceros o mensajes motivadores tales como: “tranquilo, hombre, ya verás como todo se arregla, seguro que no es para tanto, no seas pesimista…”.
Llegado el momento de presentar el estado de la situación a la propiedad de la empresa, nuestro amigo –como era su costumbre- se esforzó en elaborar un informe absolutamente objetivo detallando las interioridades del proyecto y valorando las fortalezas y debilidades que la compañía tenía para afrontarlo, mientras que al mismo tiempo el nerviosismo iba penetrando entre quienes conociendo la aventura se habían esforzado en vender a los cuatro vientos sus bondades obviando sus riesgos. El día antes de presentar el informe al big boss, uno de los que había obviado las sistemáticas alertas de nuestro amigo se sienta con él y le espeta: “no sé, creo que deberíamos salirnos de esta aventura, me parece que los riesgos son elevados…”. Mientras que a nuestro amigo se le subían los colores de la indignación y el cabreo, y antes de que pudiera articular las palabras adecuadas sin soltar ningún improperio su compañero de la mesa de al lado le decía: “tranquilo, be water, my friend”.
Esta motivadora frase fue pronunciada por Bruce Lee en su última entrevista en TV y encierra toda una filosofía de vida cuyo origen –según he leído- se remonta a un pensamiento taoísta de la antigua China: el Wu Wei (o “no acción”), el arte de fluir, la aceptación, la humildad y la adaptación al cambio como principio de todo.
La idea fundamental de esta filosofía es que todo fluye, todo cambia, y debemos asumirlo y adaptarnos en base a una serie de principios tales como:
- Lo natural es el cambio, sólo en nuestra imaginación las cosas permanecen estáticas.
- La realidad siempre va por delante de nuestras creencias, así que debemos aceptarla desde una posición de humildad.
- La destrucción también es creación, puesto que hasta en los hechos más desastrosos hay semillas para nuevas oportunidades.
- Nuestro cambio es el cambio del mundo, dado que no somos individuos independientes y todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos repercute.
- No pienses en esencias: la idea de que todo y todos tenemos nuestra esencia es contraproducente para los taoístas, puesto que sólo lleva a dotarnos de una rigidez que choca con la realidad cambiante.
- Vive el presente: basar la vida sobre recuerdos o ideas fijas sólo genera frustración, la realidad nunca responde a la presión de conceptos delimitados.
- No te preocupes por las formas de quien eres, la naturaleza se encargará de modelarlas. La espontaneidad y sencillez son las máximas del taoísmo: las cosas nos irán mejor cuanto menos intentemos controlar nuestro entorno y el modo en que nos proyectamos.
- Aprender a no temer: el miedo al cambio es inherente a la naturaleza del ser humano y puede generar incertidumbre, angustia y estrés.
Seguro que la intención del compañero de nuestro amigo era noble y sana, intentando que el sistema nervioso de éste no se alterara más de la cuenta, pero en estas situaciones el pronto de muchos puede hacer que el agua, la taza y la tetera salten por los aires cuando sospechan que su trabajo no se valora en la justa medida, o simplemente se utiliza para sostener un castillo de naipes.
Recuerdo una situación similar en otra empresa en la que, tras varios mensajes de alerta sobre un proyecto que barruntaba catástrofe, la gerencia organizó una reunión para que todos los implicados pudieran aportar sus puntos de vista y tomar una decisión al respecto. Después de una brillante exposición del desastre en ciernes por parte del abnegado jefe de proyecto -que había estado semanas antes anticipando todos los peligros-, el gerente de la empresa (que por nada del mundo quería dar explicaciones a los dueños de un casi seguro fracaso) le responde punto por punto con circunloquios, estimulantes mensajes, teorías varias y buenas palabras… haciendo que el enojo del jefe de proyecto vaya creciendo hasta llegar a ponerse colérico. Es en ese momento cuando el más aventajado de los lametraserillos (como definiría José María García) del gerente interviene con voz engolada y de manera firme y solemne: “querido, en este punto me siento en la necesidad de transmitirte ánimo”… atrevimiento que puso en riesgo su gomina, tu traje, su corbata y su integridad física de no mediar un compañero que tranquilizara discretamente al iracundo jefe de proyecto.
Y es que no deberíamos confundir la conveniencia de adaptarnos a situaciones cambiantes o entornos inciertos -como proclama la filosofía taoísta- con la argumentación (siempre interesada) de personas o instituciones para que nos adaptemos resignada y mansamente a circunstancias o decisiones que tendrán un impacto negativo en nosotros y sólo servirán para mantener la postura, el estatus o el chiringuito de unos pocos.
He leído que la motivación y la pasión que Bruce Lee ponía en todo lo que hacía eran prácticamente obsesivas… por aprender, por trabajar, por enseñar y compartir: tanto filosofía como artes marciales. Recuerden que el mismo Bruce Lee filósofo que nos aconsejaba “be water” y adaptarnos al medio era el mismo maestro en artes marciales gustoso de hacer exhibiciones pero reticente a aceptar desafíos o combates, puesto que no aceptaba las medias tintas en la lucha real: sólo victoria o KO, que en su caso podría suponer la muerte.