
Seguramente todos conocemos qué son los fusibles y cuál es su función: básicamente son dispositivos que se ubican estratégicamente en una instalación eléctrica para proteger a otros elementos en caso de un aumento inesperado de intensidad, provocada por un exceso de carga o un cortocircuito. Podría decirse de una manera simple que protegen con su vida la salud de otros elementos de la instalación.
Si echamos la vista atrás (y siendo mi conocimiento muy limitado en este campo), parece que la implantación de fusibles en las distintas instalaciones ha ido ganando complejidad con el paso de los años, apuesto que con el objetivo puesto en elevar su eficacia y el grado de protección de otros elementos: basta comprobar cómo eran las instalaciones eléctricas de las viviendas hace 40 años y cómo son ahora, o comparar las cajas de fusibles de los automóviles de los años 70 con las de los modelos más modernos.
A veces pienso que la complejidad de los sistemas de protección basados en fusibles también se ha trasladado a la sociedad, a las instituciones y a las empresas, pero no siempre en aras de una mayor eficacia del sistema. A medida que personas de cuestionable capacidad han llegado a ocupar puestos para los que no están preparados, se han rodeado de fusibles para protegerse en caso de una subida de tensión o de algún posible cortocircuito: la finalidad de estos “penitentes” no pasa de ser en realidad una mera protección para sus superiores, tener un mochuelo al que cargar con la responsabilidad de un posible desastre y una cabeza de turco que sacrificar en caso de necesidad.
Hay un amplio abanico de fusibles en el mercado, de innumerables formas y tipos aunque su función sea la misma, y así pasa en la sociedad: a veces el fusible es un incauto que pasaba por allí y lo han pescado al vuelo -normalmente con el cebo de un puesto de pomposa titularidad y generosa remuneración- para que simplemente ocupe un lugar en el organigrama y no moleste en exceso, otras veces el papel de fusible le toca a algún profesional al que se intenta anular ahogándole la iniciativa o despojándole de cualquier toma de decisiones, y otras veces el jerarca de turno se rodea de un número indeterminado de individuos para ir sacrificando en caso de necesidad. No hace falta que les demuestre que el denominador común a todos estos fusibles es el mismo: son sujetos considerados «prescindibles» por su jerarquía superior.
Siguiendo con los esquemas eléctricos, un serio aspecto a tener en cuenta es que, así como el concepto del fusible es tan simple como intercalar un elemento más débil en el circuito, en la práctica cada línea o cada equipo requiere un fusible de una sensibilidad determinada, y si no acertamos con el fusible indicado toda la seguridad de la instalación puede verse comprometida; por eso es esencial colocar el fusible preciso en el lugar correcto. Volviendo al ejemplo de la sociedad y de las empresas, seguro que todos conocemos algún caso de fusibles cuya eficacia sea inversamente proporcional a la magnitud del problema: en caso de un marrón de dimensiones contenidas se puede cargar el mochuelo al fusible de turno prescindiendo de él en caso necesario, pero si el marrón es de gran magnitud… la caída del fusible no evita los daños en el responsable principal o en parte de la organización.
En los últimos años, algunos amigos veteranos de mi sector se llevaban las manos a la cabeza ante la superpoblación de personal en oficinas de algunas empresas. La histórica proporción de 4 ó 5 trabajadores directos en taller por cada uno indirecto en oficina ya hace tiempo que se ha equilibrado o en muchos casos invertido, y esa necesidad era explicada por abanderados de nuevos modelos basándose en la gran cantidad de funciones y documentación que eran requeridos en la nueva y moderna época; y parece que ese concepto se ha extendido al resto de sectores y a la administración pública. Es posible que la automatización y modernización de procesos haya podido contribuir a eliminar puestos de trabajo directos, pero cuesta entender un incremento de puestos indirectos de una manera tan desmesurada, máxime con la multiplicación de ayudas electrónicas e informáticas en los últimos años. Los organigramas se han densificado desmedidamente, se ha fomentado el exceso del tejido adiposo en nuestras empresas y en la sociedad en general, y a mí me parece que las estructuras deberían ser como el colesterol: esenciales para el funcionamiento de las organizaciones, pero limitadas y nunca en exceso, dado que los problemas que podrían producir serían fatales.
Centrándonos en el sector público, da la impresión de que tenemos una saturación de cargos electos y no electos que a la hora de la verdad no resuelven con la eficacia que de ellos se espera. Hemos llegado a la situación de que un país como España -con su sistema sanitario entre los mejores del mundo- lidera la clasificación mundial de tasa de muertos por millón de habitantes en esta pandemia del COVID-19, los contagios entre el personal sanitario están cerca de alcanzar los 30000 afectados por falta de medios de protección, y un mes después de instaurar el Estado de Alarma y de tener a un país confinado en sus hogares seguimos con más de 500 muertos al día (según los datos oficiales), lo que equivale a más de 20 muertos cada hora… o a un accidente de 2 aviones cada día: ¿se imaginan? Nuestros responsables no han sido capaces de detectar las necesidades de nuestra sociedad, de gestionar acopios suficientes en tiempo y forma en lo que respecta a material de protección y detección para profesionales y población, y lo que -a mi juicio- es lo peor: no hay una previsión para la evolución de esta situación, no hay un plan de hasta cuándo va a durar esto y en qué condiciones vamos a intentar volver a la normalidad. Es lamentable que mientras nuestros innumerables responsables están parapetados detrás de fusibles en forma de «asesores», «responsables de», «Consejos de Sabios», etcétera… tomando medidas que no son suficientes o eficaces en la manera requerida para atajar este problema, tengan que ser empresas o personas de manera voluntaria y altruista quienes están gestionando compras con la efectividad de la que carece la administración o colaborando por propia iniciativa en lo que cada uno es capaz (respiradores, mascarillas, suministros, alimentos, etc…).
Así como los fusibles son necesarios en cualquier esquema eléctrico para evitar daños en componentes o en propio sistema, en nuestras organizaciones sólo deberían tener cabida quienes aportan algo esencial. Como muy bien me apuntaba un buen amigo esta semana, quizá habría que recordarle a más de uno el Principio de la Navaja de Ockham: «pluralitas non est ponenda sine necessitate«, las cosas esenciales no se deben multiplicar sin necesidad. Es puro sentido común, válido en el Siglo XV y en el XXI.
NOTA: Publicado en LinkedIn el 16 de abril de 2020