
Como dice un popular refrán español: “una cosa es predicar, y otra dar trigo”. Después de décadas oyendo elogios y presumiendo de la superlativa capacitación de mis coetáneos, de escuchar hasta la saciedad que somos “la generación mejor preparada de la historia”, ha llegado el momento de estar a la altura, de tomar la alternativa en una plaza de primera ante un morlaco que no lo va a poner nada fácil: me refiero al ya familiar coronavirus COVID-19 que ha provocado que el Gobierno de España declare el “Estado de Alarma”. La mayor parte de los responsables al mando de la situación podrían encuadrarse dentro de esta generación a la que antes me he referido.
Personalmente estoy tranquilo por lo que sabemos del enemigo: en la página web de la Organización Mundial de la Salud (https://www.who.int/es/emergencies/diseases/novel-coronavirus-2019) pueden encontrar los detalles de este virus y no parece excesivamente peligroso por su letalidad, pero según las estadísticas oficiales, al menos 1 de cada 6 personas contagiadas desarrollará una enfermedad grave, 1 de cada 5 infectados requerirá hospitalización, y el virus se cebará particularmente con nuestros mayores y con aquellos que presenten otras afecciones subyacentes; el índice de mortalidad entre los contagiados asciende al 2%. Por otro lado, tenemos también una imagen clara de cómo se propaga y la rapidez con la que se transmite, capaz de colapsar el mejor sistema sanitario del mundo. La situación a la que nos enfrentamos es muy difícil, pero conocida y eso es una baza que debemos tener en cuenta.
Además si analizan las indicaciones de la OMS, por una parte nos ofrecen recomendaciones para nuestros hábitos a nivel individual y por otra parte reiteran una serie de medidas que deben ser tomadas por los “gobiernos y autoridades”.
En este aspecto, y con cierto tono irónico, permítanme que confiese mi ignorancia, comparta mi estupor y no logre entender cómo hemos podido llegar a esta situación de emergencia y alarma. En las últimas semanas las tertulias de medios de comunicación, las redes sociales y hasta los ordinarios grupos de WhatsApp se llenaban de “expertos” que eran conocedores de la situación, algunos de ellos incluso con la autoridad de criterio que les dotaba el tener “un contacto sanitario”, otros (como si llevaran 20 años de intenso trabajo de investigación en un laboratorio) se atrevían a pontificar las causas, efectos y hasta la evolución futura de la situación. Conozco el caso de un amigo que, en mi misma situación, baraja salir de algún grupo de WhatsApp y de las redes sociales, sintiéndose acomplejado y abrumado por tan vasto conocimiento a su alrededor. A todos estos expertos lo único que les pediría que hagan caso a las recomendaciones de la OMS y a las medidas implantadas por las autoridades, y que pongan su mayor empeño en intentar hacerlo bien.
Pero la respuesta de la sociedad ante esta situación no es distinta a la que llevamos años padeciendo en muchos ámbitos: recuerden que esta generación es la misma que fue consumidora de culebrones en TV y ha mantenido con su audiencia algunos reality shows de dudoso gusto. Siempre he defendido que mi generación no es tan buena como nos han vendido, que el halago debilita y más cuando la base no sólo no es tan sólida como parece, sino que está compuesta en muchos casos por estimables cantidades de humo, egoísmo y soberbia. Los que me conocen saben de mi admiración por quienes nos precedieron, ellos sí que supieron sacar adelante empresas y proyectos con currículums menos cargados, con muchos menos medios que nosotros pero con mayor tesón, mucho sentido común y con unas infinitas capacidades de trabajo, voluntad, responsabilidad y profesionalidad.
Recuerdo el caso, hace algunos años, de una empresa con la que tenía relación en la que decidieron contratar a un joven ingeniero para que liderara un nuevo proyecto. La jefatura de aquella empresa -orientada y aconsejada por quien defendía un modelo de empresa más moderno- estaba encantada con la nueva incorporación, a quien ya veneraban antes incluso de darle responsabilidades: al presentármelo me decían “este muerde” o “habla muy bien inglés”… y esos eran los atributos más sobresalientes que adornaban al muchacho y con los que tenía embelesados a sus superiores. Yo –en petit comité, por supuesto- lo único que les pregunté fue: ¿pero este chico sabe del negocio?, ¿tiene experiencia? Entre sonrisas no fueron capaces de darme una respuesta (la respuesta era negativa para ambas preguntas, y tanto ellos como yo lo sabíamos), pero lo pusieron al frente de un proyecto y la experiencia fue catastrófica.
En los últimos años, a medida que los integrantes de “la generación mejor preparada de nuestra historia” han alcanzado cargos de responsabilidad se ha comprobado su valía real. Los resultados no engañan: se pueden maquillar un tiempo, pero no indefinidamente. Lo que está pasando (y muchos no quieren ver y/o cambiar) se asemeja a cuando circulamos con nuestro vehículo y las condiciones son óptimas: podemos activar los controles de ayuda a la conducción a nuestro alcance y el vehículo casi circulará sólo adaptándose a las circunstancias de la carretera, pero si las condiciones de la carretera se ponen complicadas es el momento de coger los mandos y demostrar que uno es capaz de pilotar. De la misma manera, créanme que cualquier empresa/institución/país puede funcionar sola con el buen hacer y la profesionalidad de los trabajadores que saben hacer su trabajo, pero cuando los problemas llegan es entonces donde tienen que aparecer los responsables para aportar su conocimiento, soluciones, decisiones… y liderar el equipo. Y lamentablemente cada vez con más frecuencia se echa en falta líderes capaces de escuchar, analizar y decidir cuando la situación se pone complicada.
Es nuestro momento, debemos tener humildad y capacidad de trabajo, y demostrar que estamos a la altura de quienes nos precedieron y de aquellos que con menos medios nos dejaron este sistema montado: nadie nos ha pedido que lo mejoremos, pero –al menos- no lo estropeemos. O respondemos de una manera eficaz o nosotros viviremos peor que nuestros padres y nuestros hijos peor aún que nosotros.
Y volviendo al tema realmente serio, permítanme que me fíe más de los profesionales de verdad, de los médicos y científicos de la OMS, pero también de los que tenemos cerca y están más ocupados en trabajar con absoluta profesionalidad que en opinar de manera gratuita. Estoy convencido de que la mayoría de la sociedad tenemos la voluntad de colaborar, pero para eso las autoridades competentes deben darnos información fiable y concisa, y –sobre todo- transmitir credibilidad y dominio de la situación. Los falsos profetas y los Oráculos de Delfos que se limiten a hacer caso a las recomendaciones oficiales y será suficiente por su parte. Si todos colaboramos, superaremos antes la situación.
NOTA: Publicado en LinkedIn el 15 de marzo de 2020