
Como seguramente saben, esta semana han entrado en vigor las nuevas limitaciones de velocidad en nuestras ciudades para vehículos a motor a 20, 30 o 50km/h en función de la altura de la calzada con respecto a la acera y el número de carriles por sentido.
En palabras de la DGT, “El objetivo de estos cambios es avanzar hacia un nuevo modelo de ciudad, mejorar la convivencia entre los diferentes usuarios de la vía y reducir el número de muertes que se producen en el ámbito urbano. De acuerdo con los expertos, reducir la velocidad en ciudad de 50 km/h a 30 km/h disminuye cinco veces el riesgo de fallecer debido a un atropello.
Según los datos del Observatorio Nacional de Seguridad Vial de la DGT, en el año 2019, la siniestralidad bajó en las vías interurbanas aproximadamente el 6%. Ese mismo porcentaje es el que aumentó en las vías urbanas, en especial entre los colectivos vulnerables (peatones, ciclistas y motociclistas).
En concreto, el año pasado, 519 personas murieron en un accidente de tráfico en una vía urbana. De ellas, 427 fueron vulnerables, lo que representa el 82% del total (247 peatones, 32 ciclistas, 22 iban en un ciclomotor y 126 eran motoristas)”.
Si tenemos en cuenta que el parque móvil de nuestro país (según cifras de la propia DGT) ascendió en 2019 a 34.434.791 vehículos, y sin entrar a valorar las causas ni los causantes de los accidentes con víctimas en ciudad, creo que la decisión tomada es un poco drástica. Puestos en esa tesitura, apuesto a que si progresivamente reducen aún más el límite llegará un momento en el que el número de víctimas tienda a cero.
Hace unas semanas asistí a un interesante webinar sobre el Hidrógeno y el transporte en el que mi amigo Fernando Ley compartía unas fotos en su presentación de la Parada de Pascua en la 5ª Avenida de New York en 1900 y 1913.
Si se fijan en las fotos de arriba, en 1900 había sólo un vehículo a motor entre la multitud de coches de caballos mientras que en 1913 los coches ya eran todos a motor. Obviamente el avance de la técnica trae consigo los cambios, pero me pregunto cuál habría sido la reacción de aquella sociedad si antes de que llegaran los automóviles les hubieran inspeccionado minuciosamente sus precisos coches, les hubiesen examinado a fondo a sus caballos (incluidas las emisiones) y les limitaran o –incluso- prohibieran la circulación basándose en accidentes o contaminación. El vehículo a motor se popularizó cuando fue capaz de dejar obsoleto al transporte por medios animales, lo mismo que los viajes en avión dejaron prácticamente en desuso a los barcos transatlánticos cuando demostraron ser mejor alternativa; pero ahora las normas nos son impuestas a la espera de que la tecnología se desarrolle y demuestre que la alternativa será mejor (no sólo técnica, sino también económicamente) que lo que ya tenemos.
Esto me ha hecho reflexionar también sobre este Siglo XXI y el cambio que nuestra sociedad y nuestras vidas está experimentando con una mansedumbre digna de los mejores bueyes: no sólo sin apenas protestas por nuestra parte, sino que –incluso- con una buena acogida. Si echamos la vista al pasado reciente, vemos cómo desde diversos ámbitos y poco a poco se nos ha ido menoscabando la vida tal y como la conocíamos en la segunda mitad del Siglo XX.
Para empezar, la familia y el imperio de lo individual sobre lo colectivo: lo único que importa es la realización personal, el triunfo individual y el derecho de uno mismo a vivir su vida por encima de cualquier vínculo sin importarle los daños colaterales. Se nos pretende inculcar que sacrificios tales como renunciar a tu lugar de origen, a tu familia y amigos, a tus hijos… está bien visto si es en aras de la propia libertad y realización personal: “porque sólo se vive una vez y no estamos aquí para aguantar a nadie que limite nuestro modo de vida”. No deberíamos olvidar que el hogar es donde empieza el desarrollo humano, es donde desde niño se impregnan los afectos, conductas y comportamientos, así que el modelo de familia de hoy será el prototipo de sociedad del mañana.
Luego está el modelo profesional, donde cada vez están peor vistas las vidas laborales con la monotonía de una larga trayectoria en una o –todo más- un par de empresas. Se fomenta la rotación y tanto empleados como empleadores parece que lo tienen asumido sin intentar poner remedio. En muchos casos se buscan perfiles versátiles con vasta y multilingüe trayectoria académica para darles extensas tareas a cambio de un sueldo precario, haciendo caso omiso al afamado dicho norteamericano de hace casi un siglo: “If you pay peanuts, you get monkeys” (si pagas bajos salarios no esperes tener buenos profesionales). Se prefiere el modelo actual al del siglo pasado en el que no pocas empresas fomentaban la formación y el desarrollo del trabajador, quien además podía optar a tener beneficios tales como vivienda, economato, ayuda para estudios de sus hijos, vale de carbón… o incluso casa para quincena de vacaciones. Por si acaso –no vaya a ser que despertemos- no dejan de recordarnos desde distintos frentes que antes vivíamos esclavizados, tristes, aburridos e hipo-realizados (aunque no lo supiéramos) y ahora somos más libres.
Sin que nos demos cuenta nos han implantado un modelo de sociedad tan lleno de necesidades superfluas que nos han convertido en esclavos del propio sistema: salarios exiguos, comidas exóticas, vivienda cara, compras a crédito, necesidades recurrentes tales como viajes, vacaciones, coches o tecnología varia… incluso hasta las plataformas de TV y entretenimiento de pago… y todo para que seamos más felices.
Asistimos sin un ápice de extrañeza a la proliferación de establecimientos públicos “libres de niños” (porque hasta los niños se han convertido en una molestia) mientras que nos obligan a asumir que en cada vez más locales de hostelería y moda se admita la presencia de perros, a los que incluso algunos visten y pasean en carrito como si fueran bebés. En nuestras casas nos estorban nuestros mayores, nuestros niños y hasta nuestras parejas, pero adoptamos mascotas cada vez más exóticas para tener compañía y darles cariño, porque donde esté la amenidad de una tortuga, una serpiente o un insecto palo que se quite el amor de madre, de tu hijo o de la persona que una vez elegiste para compartir la vida.
Y hablando de restauración y alimentación… también lo estábamos haciendo mal, insensatos de nosotros. En 2018 los insectos enteros pasaron a considerarse alimento en la Unión Europea y ya se han escrito varios artículos alabando los beneficios y las virtudes de la entomofagia a la vez que se multiplican los estudios cuestionando algunos de los hábitos de nuestra sociedad hasta hace bien poco como la leche (y lácteos) de origen animal, la carne, las frituras, el café o el vino. Hace unas semanas el propio Bill Gates en su libro “Cómo evitar un desastre climático” se permitía exigir a las naciones más ricas que modificaran sus leyes para obligar a la gente a consumir carne 100% sintética dentro de su lucha contra la ganadería por el bien del planeta, porque para luchar contra el cambio climático también tenemos que olvidarnos de comer carne.
Somos tan pacientes que hasta nos han acostumbrado a tratar con contestadores cuando llamamos a alguna de las empresas de las que somos clientes, a tener nuestro dinero depositado en un banco que nos va a atender presencialmente -si acaso- en horarios cada vez más restringidos y que cada vez nos cobrará más por darnos menos, a aguantar estoicas colas para cualquier gestión o a ver el partido de nuestro equipo en horarios hasta hace poco inverosímiles… pero a cambio estamos en entornos sostenibles, igualitarios y saludables.
Por lo visto, éramos infelices, ilusos y hasta insensatos, porque estábamos acabando con el planeta: conducíamos automóviles muy contaminantes a velocidades de vértigo, trabajábamos inconscientemente felices en una empresa toda la vida, manteníamos a una familia unida -no sin sacrificios por parte de todos- e intentábamos que los herederos pudieran optar a una vida más desahogada que la de sus padres, teníamos la libertad de comer carne y algunos incluso la acompañaban con un vaso de vino o un cigarro. Pero debemos estar tranquilos porque nos están despertando de nuestra –supuesta- ignorancia a base de graves regañinas, sesudos estudios o meras imposiciones basadas en comités de expertos, y poco a poco todo aquello que nos hacía infelices (aún sin saberlo nosotros) está siendo cuestionado, corregido o incluso prohibido. Como las cosas sigan por este camino nos quedaremos con la “felicidad” de tomarnos un tazón de gusanos ricos en proteínas acompañado de un botellín de agua después de salir del gimnasio o de alguna terapia que encuentre la tranquilidad necesaria en nuestras vidas, a cientos o miles de kilómetros de nuestra familia mientras estamos -día y noche- conectados al portátil o celular.
No estaría de más reflexionar sobre el modelo adoptado y sus consecuencias, cuestionarnos por qué con una sociedad cada vez más preparada académicamente y disponiendo de una tecnología mejor y más desarrollada las limitaciones son cada vez mayores, mientras que nuestras vidas no parecen ser mejores y nuestra libertad parece menguar: ¿no creen? Gracias a la tecnología tenemos la posibilidad de acceso a más información que nunca y tendemos más a cabestros que a reses bravas.
En fin… recuerden la frase atribuida habitualmente a Charles Darwin: “La progresiva degeneración de la especie humana se percibe claramente en que cada vez nos engañan personas con menos talento”
Brillante!.
Muchísimas gracias, querido Javier.
Un abrazo
Esta vez, mi querido, queridísimo Yeyo, esta vez te has superado.
Muchísimas gracias, queridísima Zaida: es un placer que mi humilde reflexión te haya gustado.
¡Cuídate mucho!
Un beso