
Cuando era niño mi abuelo solía hablarme de películas que había visto en el cine. Una de esas películas era «Los Hermanos Marx en el Oeste», en la que se detenía para narrarme cómo -llegado un momento en el filme- los ingeniosos protagonistas al quedarse su tren sin madera iban desmantelando los vagones para surtir de combustible a la locomotora.
He encontrado la escena en YouTube, que –aunque la calidad no es muy buena- les ayudará a recordar de lo que hablo:
Lo cierto es que la solución que encuentran viene de la necesidad de hacer el bien, de continuar su camino y de usar todas las herramientas y recursos que tienen a mano para alcanzar una meta.
Escenas como esta ejemplifican muchas situaciones con las que nos encontramos a lo largo de nuestra vida laboral. Cuando empecé en este sector (allá por el 98 en el montaje) las soluciones se buscaban así: hay que hacer esta tarea y tenemos estos recursos, así que unas veces no había problema y todo se desarrollaba según lo esperado, pero otras veces teníamos que rompernos la cabeza o buscarnos la vida para resolver la papeleta sin la herramienta o los medios necesarios.
Poco a poco la experiencia ha ido enseñando que uno está aquí para poner soluciones cuando llegan los problemas, para aportar y ser una piedra más en el simbólico edificio que es la empresa, pero de un tiempo a esta parte nos acecha un inquietante cambio en el planteamiento de las situaciones. En la película los villanos se encargan de dejar sin reservas de madera la locomotora para que no pueda seguir su camino y en mi época de montaje la falta de recursos o herramientas era sinónimo de no existencia, así que en ambos casos podemos contemplar que el desaguisado no ha sido provocado por nadie del equipo que debe resolver la situación.
La paradoja se encuentra en los últimos años, sobre todo en los momentos de crisis. Empresas otrora potentes cuando el viento soplaba a favor y la situación económica era boyante empiezan a dar tumbos y a trazar caminos erráticos generalmente por las acciones de los responsables que están al timón. Cuando las condiciones de la travesía se complican es donde hay que demostrar la valía y cada vez contemplo más repeticiones de la misma película: las empresas –grandes y pequeñas- empiezan a flaquear, a no conseguir los objetivos previstos o ser incapaces de mantener sus niveles de negocio y empiezan a quemar las reservas de madera. Los mediocres al mando optan por agotar las existencias de combustible con tal de que la máquina no pare, de que la locomotora siga echando humo que vender… y si esto no se detecta a tiempo son capaces de desmantelar los vagones y deshacerse de cualquier objeto susceptible de entrar por la puerta de la caldera con tal de seguir en sus posiciones privilegiadas. El tren seguirá camino una temporada más, pero nos quedaremos sin tren.
Algunos estarán pensando: “ya, ¿y qué podemos hacer?”, y lamento recordarles que no debemos esperar soluciones simples para problemas complejos. Cada empresa y cada situación requiere una reflexión y una solución distinta, pero hay algunas cuestiones comunes que cabe plantearnos cuando nos encontramos ante esta tesitura:
- Es fundamental partir de un análisis riguroso de la situación, hacer autocrítica y examen de conciencia. La evaluación tiene que ser honesta y venir de alguien experto y que conozca la empresa y el sector. Me hacen mucha gracia las empresas que ante este tipo de problemas contratan a grandes auditorías que suelen enviar unos a voluntariosos jóvenes para examinar la situación (a precio de auditores expertos) cuyos informes sólo suelen reflejar los deseos o la conveniencia de alguien de la propia casa.
- Hay que tener claro a qué nos dedicamos o a qué nos queremos dedicar, preguntarnos qué hacíamos y cómo se hacían las cosas cuando supuestamente nos iba tan bien.
- Es importantísimo detectar el momento del inicio del declive y el motivo, el punto de inflexión en la trayectoria de la empresa. Una vez detectado (una vez más: con honestidad), debemos reflexionar serenamente sobre el error y comprobar si fue puntual o se convirtió en recurrente.
- Debemos confiar en la experiencia de la gente que hace cosas: tal vez yo puedo pensar que sé cómo se aprieta una tuerca porque lo he estudiado o visto en un tutorial, y eso puede darme alguna idea… pero el que sabe apretar tuercas es el que lo ha hecho él mismo. Cada uno tenemos un papel en la empresa y sabemos cómo hacer nuestro trabajo. No hay nada más desmotivador para un profesional y para la tropa entera que alguien que no ha pisado el terreno (y sólo desde la teoría) le venga a explicar cómo tiene que hacer su trabajo, o que incluso le reprenda por estar tantos años haciéndolo “mal”. Un error ampliamente extendido en los últimos años es dejar predicar al Valdano de turno, al amiguito, o al que sabemos que tiene el favor del jefe… aunque seamos todos conscientes de que no tiene ni idea. Créanme y hagan caso a la experiencia: en mi vida he aprendido más en los talleres al pie del metal que en los despachos.
- Desde luego, hay que quitarnos de encima a personas tóxicas y vendedores de humo. Los profesionales deben aportar, y más cuando la situación es complicada, así que hay que desembarazarse de personas que no están en el lugar adecuado para la empresa (normalmente ocupan puestos muy superiores a los que por valía les correspondería), soltar lastre y cuanto primero mejor: ellos podrán encontrar un lugar acorde a sus capacidades y la empresa seguro que no los echará de menos.
Haciendo estas 5 cosas desde la imprescindible y rigurosa honestidad, sin hacernos trampas, llegaremos a un buen punto de partida para poner soluciones y creo que así el tren tiene opciones de seguir en su camino, aunque le cueste… porque el éxito en el trabajo llega siempre a través del esfuerzo, de la dedicación y de la constancia. Las soluciones milagrosas no existen.