
Hace ya algunos años que unos amigos tuvieron la cortesía de acogerme en su grupo de “Parrilla y Mus”, cuya denominación es una declaración de principios: de vez en cuando gozamos de la hospitalidad de uno de los componentes del grupo para organizar una buena parrillada, pasar un rato muy agradable y rematar con unas partidas de mus. Confieso que soy un eterno aprendiz en el juego del mus, así que cuando jugamos sufro por el compañero de turno al que le toca ser mi pareja. Sin embargo, también reconozco que suelo tener claro a qué quiero jugar con las cartas que me tocan y -sobre todo- los descartes que quiero hacer en cada momento.
En nuestra vida, y en nuestras empresas deberíamos tener claro también a qué queremos jugar y qué cartas necesitamos para ello. Un antiguo jefe -hablando de su equipo- solía decir que “al póker se gana con cuatro ases, pero uno tiene que apañarse con las cartas que le tocan”, planteamiento que no es del todo erróneo… aunque en ocasiones sea el principio de todos los males si pasamos de soslayo por las elementales normas del juego. Tanto el mus como el póker limitan el número de naipes que se reparte a cada jugador, así como ofrecen la oportunidad de prescindir de aquellas cartas que no sirven para nuestro propósito y sustituirlas por otras nuevas que ayuden a mejorar nuestro juego, pero siempre manteniendo el número de cartas que las normas del juego establecen. Una vez terminados los descartes será la habilidad del jugador la encargada de sacar el máximo rendimiento a las cartas que tenga en la mano.
Si nos fijamos en otros ámbitos podemos comprobar que en los deportes de equipo también se limita el número de jugadores que componen las plantillas, así como los elegidos para saltar al terreno de juego.
Tanto en los juegos de mesa como en los equipos deportivos se contempla un trasiego de cartas y jugadores en aras de mejorar la mano o el equipo, mitigar carencias y fortalecer las posibilidades de éxito, pero siempre respetando los límites y las reglas del juego; y ese mismo criterio debería regir en nuestra sociedad, en nuestra administración y en nuestras empresas.
Es curioso cómo nuestra sociedad ha normalizado el “descarte a la ligera” a la vez que ha menoscabado las reglas del juego, asumido la eliminación de cualquier límite o ha hecho prevalecer los intereses particulares sobre el interés del éxito colectivo; y así vínculos que antaño eran a largo plazo hoy tienen fecha de caducidad cada vez más exigua o tal vez veleidosa, quizá debido a que muchas veces ni nosotros mismos sabemos a qué queremos jugar. Pero más chocante -si cabe- es la situación a la que asistimos en las direcciones de algunas administraciones y empresas: en unos casos se toman decisiones de descartar personas con el único fin de aligerar plantilla, atendiendo únicamente a una reducción de costes (argumento nada desdeñable) mientras que se obvian el propósito y la estructura de la empresa, la experiencia, la vinculación, el talento y el know-how, capacidades de difícil repuesto a corto plazo. Mientras tanto, en el caso opuesto tenemos a otras organizaciones proclives a fichajes externos y a incorporar ad infinitum nuevas caras y perfiles de galáctico currículum a plantillas ya de por sí saturadas, con lo que se lanza un mensaje nada gratificante de falta de confianza hacia los oriundos de la casa a la vez que se corre el riesgo de desestabilizar la pirámide organizacional.
Insisto en la importancia de tener claro a qué queremos jugar, cuál es nuestro propósito… y las consecuencias de nuestras decisiones: nuestra sociedad ha cambiado y ya no somos “prisioneros” en un matrimonio, un grupo de amigos, una sociedad o una empresa; todos tenemos la posibilidad del descarte buscando mejorar pero… ¿tenemos claro lo que queremos? Deberíamos recordar que nuestra vida y nuestras empresas son bastante más que un mero juego y que hay decisiones que difícilmente tienen vuelta atrás por las repercusiones inmediatas que implican, y tener siempre presentes los riesgos de ir descartando relaciones (parejas, amigos, personas o trabajos) a la ligera pensando que el nuevo encarte -si es que llega- será mejor que el anterior y colmará nuestras expectativas.
Desde el punto de vista de las empresas, el tiempo y -sobre todo- los resultados juzgarán a los responsables de estas decisiones, y si el criterio para esos descartes y encartes que iban a aportar la solución a sus carencias o debilidades estaba basado en sólidos y meditados argumentos o se debía a intereses de otra índole distinta a la conveniencia general de la compañía de turno.
En cualquier caso… no dejen de buscar un buen solomillo tanto para la parrilla como para el mus.
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Muchísimas gracias por tu aplauso, Mapi 😉