EL LÍMITE ELÁSTICO

Uno de los ensayos que suelo presenciar en el laboratorio es el ensayo de tracción, que –como muchos de ustedes saben- sirve para comprobar las propiedades mecánicas (resistencia) de un material frente a una fuerza aplicada.

Para este ejercicio se extrae una muestra del material a ensayar, se mecaniza según la norma por la que se rige el ensayo (vean la foto de cabecera), y una máquina somete a esa probeta a una fuerza que –normalmente- la lleva a la rotura.

Comparto un didáctico vídeo del Dr. Paul Lean, de la Pontificia Universidad Católica de Perú, en el que se detallan las particularidades de este ensayo.

La máquina donde se realiza el ensayo registra una gráfica donde apreciaremos la fuerza aplicada y el alargamiento, y que podríamos generalizar de esta manera:

Este artículo lleva por título “el límite elástico”, al que el Dr. Lean denomina en su vídeo “esfuerzo de fluencia”, y que me parece importante porque determina cuándo el material cambia su comportamiento de elástico a plástico: hasta alcanzar ese límite el material tiene elasticidad, recupera su forma original si dejamos de someterlo a la tensión; pero una vez superado el límite elástico el material sufre una deformación plástica -permanente- y aunque le aliviemos la tensión ya nunca volverá a recuperar su estado inicial.

En definitiva, el comportamiento de los materiales ante determinadas tensiones puede ser similar al de las personas: la magnitud del estímulo puede hacer que nuestra respuesta sea asimilable y pasajera, deje una huella permanente o llegue incluso a superarnos.

Hace años conocí a un buen hombre capaz de sobrellevar todas las situaciones que se la vida le había puesto por delante: trabajo, salud, etc… excepto la historia amorosa de su única hija. La chica en cuestión (muy guapa, por cierto) tenía la costumbre de enamorarse del hombre de su vida, mantener un largo y tradicional noviazgo con éste y rehusar cuando la situación ya apuntaba boda. El padre se disgustó con la primera ruptura, lo pasó muy mal cuando su hija despachó al segundo y con el tercero explotó, así que aconsejado por su esposa e hija acudió a una cita con un psicólogo que le ayudara a entender y superar esta repetitiva situación. Por lo que el hombre me contaba, el psicólogo se centraba en convencerle de que era difícil que su hija cambiara la manera de afrontar las relaciones con sus novios, así que él debía mentalizarse para aprender a convivir con esas situaciones, ilustrándole que el sistema nervioso era como un muelle que estira y encoge según la tensión a la que se ve sometido… hasta que un día se sobrepasa su límite elástico y no vuelve a recobrar la posición original. El hombre, después de escuchar al psicólogo le planteó la situación de otra manera: “o sea, que yo tengo que respetar que mi hija salga con quien quiera, lo meta en mi casa y en mi vida, pasen los meses y los años y con ellos afiancemos una relación y un aprecio… y cuando ya es uno más de la familia tenemos que aceptar que mi hija se lo piense mejor y lo saque de nuestras vidas sin más… ¿y no tengo derecho a disgustarme ni quejarme?”. El psicólogo, con la situación así planteada le respondió afirmativamente, otorgándoles el mismo derecho a su hija de mantener el tipo de relaciones que quisiera tener y al padre de sufrirlo de la manera que él pudiera, aunque le recomendó que –por su propia salud- lo fuera asumiendo y se lo tomara menos a pecho, recordándole el ejemplo del muelle.

En poco más de un mes ha llegado el otoño, los estudiantes han vuelto a las aulas, hemos entrado en el horario de invierno… y la situación de la pandemia del COVID-19 se ha descontrolado de nuevo. Los contagios se disparan y las medidas tomadas por las autoridades competentes se van aplicando en las distintas zonas de España sin criterios uniformes ni explicaciones del todo convincentes: esperemos que los resultados sean todo lo satisfactorios que nuestros esfuerzos (como sociedad obediente) merecen.

Una de las consecuencias de esta situación es que la paciencia de mucha gente ha sobrepasado su límite elástico y parece que se encuentra ya en una fase de deformación plástica: el temor al contagio, la impotencia de asistir a cómo nuestros esfuerzos parecen inútiles para revertir esta situación, la ansiedad por comprobar cómo el mundo parece haberse metido en un túnel sin salida, la deriva económica y el exceso de noticias alarmantes nos conducen a un embudo de la desesperación, a la tristeza más absoluta. La vida que llevábamos hace tan solo un año va a tardar en volver.

No estoy en condiciones de dar ningún consejo, pero sí recordar el caso de mi amigo y su conversación con el psicólogo: es difícil que la situación vaya a cambiar, así que aprovechemos para hacer todo lo que las limitaciones nos permitan, y aprendamos a sobrellevarla de la mejor manera que nuestras vidas y nuestros nervios puedan soportar. Tal vez un poco menos de medios de comunicación o redes sociales y un poco más de aire fresco, lectura o música (o el hobby que prefieran) no van a hacer que la situación sea distinta, pero sí oxigenarán nuestro estado de ánimo. Y siempre nos quedará el derecho al pataleo, al disgusto, a la queja o a manifestar nuestra disconformidad, aunque sólo sea como válvula de escape.

Como en otras ocasiones en la historia esta sociedad saldrá adelante, y tenemos que aguantar con esperanza, como este Nessun Dorma que esta semana llegó a mí:

Fue grabado en mayo de 2020, en el patio del Hospital Bielański (Polonia).

La famosa aria “Nessun Dorma”, de la ópera «Turandot» (Giacomo Puccini) fue interpretada por el tenor Leszek Świdziński -acompañado por miembros del coro «Medicantus» de la Cámara Médica del Distrito de Varsovia- bajo la dirección de Beata Herman, en gratitud y reconocimiento a los empleados de todas las instalaciones médicas donde se está luchando por nuestra vida y salud.

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