¿En qué campo jugamos?

Photo by Vidar Nordli om UNSPLASH

Los que ya peinamos canas y somos futboleros estaremos de acuerdo en que una de las tendencias del fútbol moderno -al menos en categorías profesionales- es jugar en campos perfectos que se parecen más a una alfombra que a un campo de hierba tradicional. En el pasado siglo era habitual en algunos puntos de nuestra geografía asistir a un partido en el que los jugadores debían batirse en un auténtico patatal, donde el balón se quedaba parado en charcos con abundante agua y el barro alcanzaba los tobillos de los sufridos jugadores.

En aquella época –que personalmente añoro- los jugadores tenían que adaptarse a jugar en distintos tipos de terrenos de juego, de tal manera que a la altura del césped, a la densidad de la hierba y a la calidad de los drenajes se unían las inclemencias meteorológicas y -todos estos condicionantes juntos- daban lugar a lo largo del año a un amplio abanico de terrenos: duros, secos, húmedos, perfectos, encharcados, nevados, etc. Por si esto fuera poco, cada entrenador tenía su estrategia particular y usaba las herramientas que estaban en su mano para sacar beneficio en favor de su concepción del fútbol y de los recursos de su equipo, adaptando a su gusto las condiciones del terreno de juego local: césped más alto o más rasurado, terreno menos húmedo o más mojado (los recordados manguerazos), terrenos de juego más estrechos o campos más profundos –dentro de la tolerancia de las medidas del campo que permite la norma-… Todos estos factores influían antes en el desarrollo de un partido de fútbol, pero hoy en día es impensable jugar en algunas de las condiciones de hace 25 años y –sin ir más lejos- cuando el campo está más mojado de la cuenta se suspende el partido.

En la sociedad y en las empresas parece que ha pasado un poco lo mismo: hemos pasado de profesionales con autonomía, conocimientos y experiencia para afrontar casi cualquier situación a una población (seguramente con más años de preparación académica a la espalda) que parece que sólo sabe “jugar” en moqueta y con calefacción. Por supuesto que defiendo los avances y que las condiciones sean cada vez mejores para los trabajadores, pero corremos el riesgo de olvidarnos de trabajar o tomar decisiones cuando aparece alguna mínima dificultad, o instalarnos en la comodidad de evitar cualquier decisión y dejar que sean otros quienes las tomen por nosotros. Podríamos echar la vista atrás y pensar en la autonomía y el poder de decisión que tenían hace tan sólo 25 años -por ejemplo- un director de una sucursal bancaria, un ingeniero al frente de un proyecto, un director de un departamento en una multinacional o incluso un profesor de enseñanza media o superior: seguramente que habría cosas manifiestamente mejorables, pero había en cada frente una única persona -o un criterio– a la hora de tomar ciertas decisiones que tenía poder para hacerlo a la vez que responsabilidad y, aunque seguramente no era sencillo y algunos problemas supondrían rompederos de cabeza y noches sin dormir, se tomaban decisiones meditadas, valoradas y argumentadas; y las cosas solían salir adelante satisfactoriamente.

Hoy en día con la niebla de los problemas o decisiones más o menos comprometidas se difumina la responsabilidad de la decisión, y ante una resolución que pueda comprometer nuestro estatus se echa mano enseguida de las reuniones departamentales, los comités de expertos, los equipos multidisciplinares, los grupos de trabajo o el corporativismo de turno. En un terreno de juego embarrado o someramente mojado parece que ya nadie quiere “jugar”, y se dilatan las decisiones hasta que aparece alguien o algo a quien poder aferrarse y justificar la posición.

Hace un tiempo a un amigo mío su empresa le quería cambiar las condiciones de su contrato “por su bien” (en este punto me permito aconsejarles que desconfíen siempre cuando desde RRHH les llaman con la canción “hemos pensado que sería bueno para ti…”) y, aunque aquella peripecia terminó con la intervención de su abogado y quedando su contrato como estaba, han pasado los años sin que mi amigo sepa si la decisión salió de su director o del director de RRHH, dado que ambos se pasaban mutuamente la responsabilidad de la decisión. Seguro que si la llamada hubiera sido para un ascenso o un aumento de sueldo la autoría de la decisión también estaría reñida… pero a la inversa.

Siguiendo con el símil futbolístico, creo que cualquier profesional debería estar preparado para afrontar el partido con más o menos solvencia (no sin esfuerzo) independientemente de las condiciones del terreno de juego. El campo de juego es el mismo para todos los participantes, y lo que importa es ganar el partido: me parece de mediocres pretender echarle la culpa de nuestro pobre desempeño sistemáticamente al terreno de juego o evadir la responsabilidad de la decisión cuando los problemas aparecen: es de cobardes y mezquinos presumir y pretender demostrar la supuesta clase sólo cuando las circunstancias juegan a nuestro favor o nos aprovechamos del esfuerzo de los demás.

Habrá quien opine que el espectáculo debe jugarse en el mejor terreno posible -y no le falta razón- pero la vida real es una noria en la que no siempre nos toca jugar en moqueta, así que debemos estar preparados para hacerlo en cualquier terreno que se nos presente si queremos sacar adelante nuestros objetivos.

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