
Hace un par de semanas les hablaba del “Tyinig the donkey”, y me ha sorprendido la cantidad de comentarios que he recibido a través de distintos medios sobre el asunto. Cuando la situación es dramática, al menos reconforta saber que la gente es algo más que una manada de vacas pastando tranquilamente y viendo pasar el –cada vez menos frecuente- tren.
Dándole vueltas al asunto, recordé un grafiti “perpetrado” en Avilés en 1989 y que irremediablemente tenía que contemplar cada día al ir a la Universidad. Con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II a Asturias, algún vándalo había tenido la ocurrencia de «adaptar a su manera» el lema episcopal y papal de Juan Pablo II al acento asturiano y pintarrajear una pared que contemplaba la N-632 con la frase que da título a este artículo. Les anticipo que nunca he entendido a quienes se dedican a manchar o dañar espacio público, señales, etc… bajo el pretexto de alguna reivindicación cuando lo que en realidad ocasionan son gastos de limpieza o reposición que podrían emplearse en cosas útiles y necesarias. Seguramente que el “artista” del heroico acto desconocía que el lema TOTUS TUUS fue interiorizado por Karol Wojtyla (según su propio testimonio) cuando trabajaba de obrero en una fábrica durante la Segunda Guerra Mundial… porque se nos olvida que este hombre tuvo que trabajar en una cantera y en una empresa química en su Polonia natal durante la guerra para evitar ser deportado a Alemania.
Pero volviendo al inicio del artículo, me ha sorprendido la cantidad de gente que hoy en día se preocupa de la ética en las empresas, de las decisiones y comportamientos de aquellos que con algún poder de decisión contribuyen al éxito o al naufragio de sociedades y/o empresas.
Sobre ética en las empresas se ha estudiado, escrito y debatido ampliamente desde hace muchos años. Quizá el caso más conocido es el del Ford Pinto, del que les acompaño el siguiente vídeo por si no lo conocen:
En pocas palabras, se trata de un nuevo coche al que -antes de su puesta a la venta- se le detecta un problema que sin duda ocasionará varios muertos, y la decisión a tomar se basa en un cálculo meramente económico: ¿es mejor que mucha gente sufra un poco o que poca gente sufra mucho?
Podríamos abrir un gran debate, pero lo cierto es que en ese caso se detectó un problema, se hizo un estudio y se tomó la decisión menos gravosa a priori para la empresa.
Continuando con el tema de la ética en la empresa, si avanzamos unos años desde el caso Ford Pinto nos encontramos a finales del Siglo XX en un escenario de la cultura del pelotazo, donde ávidos empresarios tenían la habilidad suficiente e influencias para mover las palancas necesarias que les reportaran a sus empresas contratos (y pingües beneficios) a los que de otra manera tendrían difícil acceso. A diferencia del caso anterior, los “hombres de negocios” trabajaban para que a sus empresas les cayera algún “cojo-contrato” con el que todos tendrían beneficios: la empresa adjudicataria y las personas al frente de ésta… y los responsables que desde la parte del cliente se habían “dejado querer”.
¿Era ético?: en muchos casos eran las reglas del juego. Pero recordemos que en esta cultura del pelotazo seguimos atendiendo al bien de la empresa como premisa; el contrato de turno iba a generar beneficios para la empresa, aunque colateralmente algún protagonista obtuviera también prebendas a título personal.
Desde hace unos años en las empresas se lucha contra esas prácticas (al menos así se manifiesta y presume de puertas afuera), aunque la ética convendría examinarla de puertas adentro. En las empresas medianas y pequeñas el rumbo lo marca el dueño, y él es quien monitoriza los comportamientos, actitudes y desempeños de su equipo; sin embargo, en muchas empresas de considerable tamaño lo que encontramos en el organigrama es algo que a mí me recuerda a la película “La cena de los idiotas”: una clase que se cree en un nivel superior se aprovecha de aquellos a quienes se considera que están en un nivel inferior, quizá no hasta el límite de hacer mofa de ellos pero sí sabedores de que son los peones esenciales o necesarios para realizar determinados trabajos. La expresión “tonto útil” se ha atribuido (aunque de manera no oficial) a Lenin para referirse a aquellos simpatizantes de la antigua URSS en países occidentales y a los que la propia URSS trataba con menosprecio, pero hoy en día podríamos encontrar a muchos “tontos útiles” que piensan que están derrochando esfuerzos por su empresa cuando en realidad lo hacen para mayor gloria de algún mediocre de turno.
Lo que está pasando en muchas empresas no tiene que ver con su beneficio ni con la cuenta de resultados, sino con el mantenimiento del estatus de algunos mediocres que han demostrado no estar a la altura del cargo.
Por una parte, el problema está larvado en las empresas que, empeñadas en encontrar rastros de corrupción de puertas afuera quizá no detectan comportamientos sibilinos en su propia organización… o que aun detectándolos no ponen remedio con correctivos ejemplares; pero por otra parte están esos empleados «de moral ausente» que utilizan sin misericordia a sus compañeros para medrar o mantenerse en su empresa, sin tiempo para entender que los engaños tienen un límite más corto del que ellos mismos se creen: todos somos personas con capacidad suficiente para -antes o más tarde- darnos cuenta de cuándo estamos trabajando como un equipo o cuándo nos están utilizando.
Así como en «La cena de los idiotas» la desgracia llega a los supuestamente superiores antes de que se den cuenta, sospecho que el panorama actual puede tener los días contados. En esta situación -no bélica como la de Karol Wojtyla pero sí en términos de profunda crisis- creo que todos debemos buscar nuestro TOTUS TUUS particular que nos ayude a ser fuertes y dar lo mejor de nosotros mismos para superar los retos que tenemos por delante y no tener miedo, como nos alentaba el recordado Papa… porque (concediéndole la razón al vándalo del grafiti) TOTUS NUN SOMOS TONTUS