UNA SITUACIÓN EMBARAZOSA

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Esta misma semana un buen amigo se ha visto envuelto en una situación bastante embarazosa: nuestro hombre había estado una temporada fuera de la oficina por distintos motivos y un día de esta semana, al ir a tomar su rutinario café de la mañana con algún compañero, se encontró en la máquina con una nueva chica de su empresa que de inmediato se presentó de manera educada:

– Hola, soy María, de Recursos Humanos

Mi amigo, desconocedor del grado de responsabilidad de María en RRHH, pero teniendo en cuenta que -al igual que mucha gente de su equipo- llevaba unos días con alguna que otra discusión con ese departamento en concreto, no tuvo mejor idea que responder:

– ¡Hola! Yo soy Alfredo Martínez, un rompecojones de Calidad

El protagonismo de la situación recayó ipso facto en el compañero de mi amigo, al que un súbito atragantamiento mientras tomaba un sorbo de café –sin duda consecuencia inmediata de la abrupta presentación- le hizo requerir la atención de todos. Esta circunstancia, unida a los desencajados semblantes de los pocos testigos de la escena, hizo sospechar al bueno de Alfredo que su inocente respuesta no había sido la más acertada.

Cuando María se hubo ido, a Alfredo le explicaron que María era la nueva responsable de Recursos Humanos de la empresa desde hacía unos días y entonces a él también empezó a sentarle mal el café: su presentación no había sido la mejor ante la nueva jefa de RRHH, departamento con el que estos días estaban negociando las condiciones laborales del nuevo proyecto.

Por lo que me cuenta mi amigo, esta anecdótica presentación enseguida se ha convertido en la comidilla (trending topic, como se diría ahora) de su empresa, aunque apuesto y espero que -dada la palpable inocencia de su respuesta- no le traiga más consecuencia que ser el protagonista de una divertida anécdota con la nueva responsable de RRHH.

Todos deberíamos ir atesorando una colección de anécdotas más o menos divertidas en nuestra vida laboral, teniendo en cuenta que gran parte de las horas de nuestra vida las pasamos en el centro de trabajo, y que una broma, un chiste o una anécdota de vez en cuando (voluntaria o involuntaria) son más que saludables para distraernos, fomentar el compañerismo y mantener unas relaciones más humanas en ambientes -muchas veces- demasiado saturados.

Lo ocurrido con Alfredo en la máquina de café me hizo recordar una historia de hace ya bastantes años, estando yo de inspector residente en un taller de grandes equipos a presión y con mi oficina por aquel entonces ubicada junto a las oficinas de inspectores de otras empresas. Un día el colega que ocupaba la oficina de al lado (un japonés que apenas llevaba dos días en la instalación) entró apurado y con cara de muy pocos amigos, y se puso a hablar por teléfono en su japonés nativo bastante nervioso, en un tono grave y a un volumen considerable, así que sospeché que algo no iba bien en su proyecto.

Enseguida llegó la hora del almuerzo y yo por aquella época comía habitualmente con empleados de aquella empresa. Antes incluso de llegar al restaurante, uno del grupo -que era director de proyecto- preguntó a sus compañeros si se habían enterado del “conflicto internacional” que se había montado con el inspector japonés: yo enseguida pensé que se trataba de algún serio problema con el proyecto de mi colega oriental, pero algunos empezaron a troncharse de risa a la vez que otros asistíamos con pasmo e intriga.

Mientras comíamos, los que estaban enterados de la aventura nos narraron con un considerable lujo de detalle que todo había empezado a media mañana, cuando nuestro protagonista quiso ir a sacar un café de la máquina. La máquina de café se encontraba ubicada en un pequeño cuarto con acceso tanto desde las oficinas como desde el taller, donde era raro que no hubiera alguien descansando en cualquier momento del día.

El caso es que, el buen señor metió sus monedas y seleccionó el botón correspondiente a su gusto. Según el testimonio de los allí presentes, cuando cayó el vaso el hombre se agachó para ver cómo salía su café esperando poder retirarlo tan pronto como la máquina acabara su trabajo (imaginen a un japonés medio agachado escudriñando atentamente el funcionamiento de la máquina de café); en ese preciso momento entró un corpulento soldador del taller que al ver por detrás y agachado al japonés no tuvo mejor ocurrencia que estirar su brazo y apretar la zona genital a nuestro protagonista. El inspector japonés de un salto se puso firme y miró al soldador con ojos de indignación mientras soltaba por su boca algunas palabras indescifrables en su lengua materna, el “atacante” también se sorprendió y sólo pudo balbucir un “¡Ay!, ¡perdona, pensé que eras Pedro!”: Pedro era un empleado de la oficina que acostumbraba a intercambiar bromas con la gente del taller y que -seguramente- tenía parecido físico con el inspector japonés (al menos de espalda y agachado). Sin atender a explicaciones, entre otras cosas porque sólo hablaba japonés e inglés, nuestro inspector montó en cólera y subió a ver al director de su proyecto para contarle lo que había pasado y presentar la oportuna queja. Casi sin creer lo que el representante de su cliente le contaba y sin poder concluir una explicación sensata a la escena, el director de proyecto llamó de inmediato a capítulo a los que en ese momento habían sido testigos en la salita de la máquina de café, al soldador que había atacado por la retaguardia al inspector y hasta al propio Pedro -que ni siquiera había intervenido- para que le explicaran con detalle qué había ocurrido. El soldador quitaba hierro al asunto argumentando que sólo se trataba de una broma y que -lamentablemente- había confundido al inspector japonés con su compañero Pedro, los que estaban tomando café en la salita de los hechos no podían parar de carcajear rememorando la situación… y el famoso Pedro se debatía entre el alivio por haberse librado del “apretón genital” de su compañero y la desmesurada risa imaginando la escena. Obviamente esa crisis no quedó ahí, y el director de proyecto se vio obligado a trasladar el asunto a la dirección de la empresa para disculparse como la situación requería: en persona ante el inspector residente japonés y mediante carta oficial de disculpa -intentando explicar lo inexplicable- ante su cliente.

Afortunadamente la sangre no llegó al río y -aunque parezca imposible- la empresa cliente comprendió el malentendido aceptando las disculpas, si bien el inspector japonés solicitó volver urgentemente a su país de origen y ser sustituido de manera inmediata por otro compañero.

Aquella comida con mis amigos y compañeros, de hace ya muchos años, será recordada como una de las más divertidas de mi vida profesional. 

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